jueves, 16 de octubre de 2008

LA ABUELA DOROTEA



Dorotea era una mujer hermosa, alta, delgada, con un rostro dulce y un cuerpo fuerte y flexible que se balanceaba con un cántaro en la cabeza y otros dos apoyados en sus caderas. Otras veces la veías bajar al horno con una bandeja llena de rosquillas jugueteando con sus cabellos.
Dorotea parió once hijos, todos la sobrevivieron. Vivía en una casa a las afueras del pueblo junto a un rio, adosados a la casa estaban los corrales y detrás de ella unos campos donde se cultivaban viñas, albaricoques y almendras. También había colmenas y hornales que Gaudioso, su marido cuidaba con esmero. Casó muy joven y sin dinero. Su esposo se dedicó a comprar las tierras que no quería nadie en la falda de las montañas y a engendrarle hijos para cultivar esas tierras.
Preñada de siete meses, la veías ir caminando por los pueblos de los alrededores sola, con su balanza romana y su cántaro de miel a vender el fruto de la abejas, era “la melera”, cualquier ayuda era poca para sacar la casa adelante. Los hijos varones en cuanto eran aptos, salían al campo a luchar con una tierra árida que se negaba a entregar sus frutos sin una dura lucha. Las mujeres, cuidaban a los mas pequeños, cocinaban y bajaban al rio a lavar, en invierno rompiendo la capa de hielo que cubría las aguas. Los años fueron pasando y la hacienda a base sudor y lágrimas fue medrando. Dorotea veía crecer a sus hijos sanos y fuertes y los mayores fueron casando y engredándole nietos. Una de sus Hijas , Angelita, marchó a Barcelona, y casó con un joven trabajador incansable llamado Agustin, tuvieron un hijo al que llamaron José Luis, ese niño era yo.
Cada verano, acabado el colegio me marchaba al pueblo con algunas de mis tías que también habían emigrado, aquello era el paraíso para mí. Un pequeño pantano, una acequia, un rio con cascada incluida, frutales inmensos donde comer del árbol y sobre todo la abuela… Largos y brillantes cabellos entrelazados en un moño, que de vez encuando soltaba para cepillarlos cuidadosamente en las calidas mañanas de verano, siempre escondida tras grisáceas ropas que el brillo de sus ojos se encargaba de iluminar.
La recuerdo erguida, vigilante, autortaria pero tierna, cuidando que sus nietecillos no hicieran ningún desaguisado o se ahogarán en el rio. Yo a cambio, le mataba los polluelos y los conejos que cogía desprevenidos, pero ella nunca me levantó la mano a pesar de las muchas trastadas que le hacia sufrir. -¡Maño, el mostillo!, y preparaba para merendar un exquisto plato hecho a basede miel chocolate y almendras que me sabia a gloria bendita.
Los años pasaron y el campo su fue despoblando, las tierras que tanto trabajo costaron de levantar quedaron en barbecho, los hijos se fueron marchando a la capital y el abuelo murió, dicen que de cáncer, pero yo creo que murió de pena. Dorotea, repartió tierra y hogar entre sus hijos, y se quedo sin nada. Pasó sus últimos años de casa en casa, eso sí querida y mimada por hijos y nietos a quien les había dado todo. Murió a los 94 años, presa del Alzheimer. Se quedo colgada en la guerra, sufriendo por sus hermanos, sufriendo por todos... Fue una mujer admirable, amorosa, entregada fuerte como una encina centenaria, nunca escuché una queja de sus labios, siempre una sonrisa iluminó su rostro.
Hoy Abuela, con lágrimas en los ojos, quiero decirte que te sigo queriendo como antes, mucho mas que antes, porque ahora entiendo cosas que de niño no podía comprender. Tu fuiste un ejemplo y una referencia para todo aquel que tuvo la suerte de conocerte. Sé algún día, me encontraré contigo, me prepararás como cada tarde la merienda y llamarás con tu voz melodiosa...¡Maño. el mostillo!

MI NIÑEZ Serrat.

1 comentario:

SUNADAN dijo...

Buffff, has hecho que me emocione...mis ojillos se han encharcado y por supuesto has conmovido mi alma. Todo un homenaje a tu abuela.