lunes, 21 de julio de 2008

ESPEJISMO

Osvaldo regresaba a su casa de pasar un fin de semana en Sevilla en una kdda de ésas de usuarios de pda. Al subir al avión reflexionaba que, aunque el viaje resultaba caro, era de las pocas cosas que aún podía permitirse siempre que no fueran a menudo. La ya cada vez más lejana separación le había sumido en un problema económico de importancia del que aún no había salido a flote. No había remedio, el matrimonio anterior hacía años que le pesaba y no tenía aún la edad como para no buscar otros horizontes. Tomó asiento junto a la ventanilla y hizo apuestas mentales sobre quién le tocaría a su lado en suerte de entre las personas que había visto en la zona de embarque.

Como siempre, no acertó, y tomó asiento una mujer de más o menos su misma edad en la cual no había reparado. No era fea y debajo del vestido, corriente pero con cierto gusto, se le adivinaba un cuerpo proporcionado.

Después del despegue, al apagarse la lucecita de obligación de tener los cinturones de seguridad abrochados, Osvaldo se dispuso a repasar esas cosas que siempre tiene pendientes en su pda. No duró ni cinco minutos. Se le acercó un “azafato” que le invitó a no usar “la agenda electrónica” durante el trayecto por vagos motivos de interferencias en los instrumentos de vuelo. No discutió, por experiencias anteriores sabía que era una batalla perdida, y guardó la pda con fastidio, maldiciendo el no haber estado lo suficientemente al tanto de las miradas inquisidoras de la tripulación.

Se volvió a fijar en su compañera ocasional y el ostracismo hizo que empezara a fantasear con que esa desconocida podría haber sido perfectamente su mujer. ¿Cómo hubiera sido su vida junto a ella? ¿Qué alegrías habrían vivido juntos? ¿Qué lugares hubieran tenido en común? Cada vez empezaba a gustarle más el entretenimiento y al cabo de un rato de seguir con similares especulaciones se volvió a mirarla de nuevo, pero esta vez ella se giró al mismo tiempo, y de repente, como si un rayo de certeza recorriera su mente, reconoció en sus ojos una comprensión mutua, un entendimiento, una complicidad que no podía ser otra cosa que ella estaba pensando exactamente lo mismo que él.

El instante, casi mágico, acabó por desvanecerse. El resto del viaje lo pasaron en el mismo silencio que empezaron. Osvaldo pensó que vaya cosas se le ocurrían, que seguramente estaba más tocado por la separación de lo que se reconocía para sí.

Al aterrizar, la casualidad hizo que recogieran las maletas al unísono y salieran juntos al vestíbulo del aeropuerto. En él, se les dirigió un quinceañero con granos en la nariz, que sonriendo les dijo: “Qué, tortolitos, ¿Cómo os ha ido el fin de semana sin mí?” Para su pasmo, Osvaldo reconoció enseguida parte de sus propios rasgos en el adolescente, no sólo eso, también reconoció rasgos de su compañera de avión en él. De repente, el estruendo de la maleta de ella contra el suelo, le hizo recordar su presencia. La sorpresa con que él la observó no era menor que la que se dibujaba en su cara. Al profundizar en su mirada, una catarata de recuerdos se agolparon en la mente de Osvaldo mientras los de su anterior esposa se iban difuminando. Recordó la cara del avión, pero más joven, cambiando de color de cabello y de peinado al ritmo del paso del tiempo. Recordó risas comunes, llantos, conversaciones, noches en vela, familiares suyos desaparecidos, un parto difícil, la ilusión conjunta por el cambio de piso, horas tendidas al sol en la playa, comidas, viajes, sexo. Lo recordó todo.

Recordó, incluso, que era una relación que hacía años que empezaba a pesarle.

OSCAR

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