jueves, 7 de abril de 2011

"Decir 'la felicidad según Confucio' es una gilipollez"

 

François Jullien, filósofo sinólogo


 Foto: Àlex Garcia
No tan universales
Sudo tinta china para transformar el francés, inglés, conceptos del griego y mandarín (gracias a Jiajia y a Google) del sabio Jullien en este modesto diálogo. Espero que disfruten trabajándoselo y será culpa mía si se quedan a medias. Más allá de China, el sabio Jullien nos descubre que los viajes de verdad, los que enseñan, no se hacen sólo con el cuerpo, sino a través de nuestra mente y la de quienes comparten planeta con nosotros: decir que en China no hay democracia o libertad es radicalmente cierto, porque, aunque los chinos tengan los mismos derechos que nosotros, si pueden hablar de ellos es porque, literalmente, se los hemos prestado. Y aun así, al decirlos, dicen otra cosa.
¿Por qué se fue a vivir a China?
Porque me interesaba Europa. Y quería deconstruir la filosofía occidental desde fuera y eso sólo era posible en una lengua que no fuera indoeuropea.

Podría haberse ido a América...
Entonces habría dejado la Europa geográfica, pero seguiría dentro del pensamiento occidental, que es prisionero del lenguaje.

...O podría haberse ido a África.
Habría salido de las lenguas indoeuropeas, pero no de la historia europea, porque la colonización occidental extendió nuestra cultura a todos los países árabes y africanos. Así que sólo me quedaba China.

¿Y qué aprendió allí?
Llegué en la revolución cultural y viví allí dos años para aprender chino; después fui a Japón y aprendí japonés, y luego a Congo, donde aprendí lenguas africanas otros tres años: siempre en mi estrategia filosófica de deconstruir nuestra filosofía: no desde dentro, como hemos hecho durante el último medio siglo, sino desde fuera.

¿Qué podemos aprender de sus viajes?
Para empezar a aprender deberíamos desaprender antes. Por ejemplo, se vende ahora mucho un librito en Francia: La felicidad según Confucio.

¿Y...?
Decir “la felicidad según Confucio” es una gilipollez, porque la felicidad es un concepto únicamente griego, clásico, occidental. En chino simplemente no existe. La felicidad de ese librito es una etiqueta banal para una sopilla de tonterías autoindulgentes.

Es que Oriente vende mucho.
Ese exotismo es sólo marketing. Y más aún la supuesta oposición Occidente-Oriente: China no tiene ningún interés en ser nuestro opuesto. No es diferente; es indiferente. Tampoco los chinos son espirituales, holísticos y colectivistas. En realidad, son más bien individualistas y materialistas a su modo.

¿Los chinos no pueden ser felices?
No a nuestra manera, lo cual no les preocupa en absoluto. Tampoco en el pensamiento chino existen los conceptos de libertad, verdad –que es el eje de nuestra historia de la filosofía–, Dios o incluso el ser.

Pero los utilizan.
Sí y es una pena y culpa de la desdichada mundialización: saben usar nuestras categorías, pero les dan un contenido propio.

Por ejemplo...
Por ejemplo, Dios: el pensamiento chino no ha llegado al concepto de Dios jamás.

Pero saben qué es Dios.
Les interesa muy poco. Tras conocerlo de nosotros, lo aparcaron como algo inútil, y marginal. Por eso, para traducir religión, en realidad el traductor utiliza el signo enseñanzas ancestrales de los antepasados.

Eso era nuestra propia religión.
Y nuestras traducciones del chino son aún más superficiales. Piense en, por ejemplo, belleza y por tanto lo bello...

Un concepto seminal para los griegos.
Pues no existe en chino. Tienen lo floreciente o lo superior, pero no hay un concepto de belleza hegemónico, como en nuestra cultura, donde es categoría esencial.

¿Pero cómo puede vivir y evolucionar una sociedad sin el concepto verdad?
Estupendamente. Y saber que los chinos no la tenían me ayudó a entender qué es verdad para nosotros. Los chinos en cambio tienen sabiduría. Así que su filosofía no es la historia de la búsqueda de la verdad, como la nuestra, sino que, en todo caso, es una historia de los sabios: algo muy diferente.

¿Pero ellos saben de qué hablamos cuando hablamos de la verdad?
Mejor que nosotros sabemos de qué hablan cuando hablan de la sabiduría. Los chinos nos leen a nosotros muchísimo mejor que nosotros a ellos, pero, además, sin renunciar a su propia visión del mundo.

¿Eso les da ventaja?
Sí, porque tienen dos registros: el nuestro y el suyo, y juegan con esas dos barajas el gran juego de la geoestrategia económica. Y ya nos pisan los talones. Conocen nuestra estrategia colonialista e imperialista, pero no les interesa. Saben que esa aventura militar y civilizatoria es costosa y efímera. Prefieren su estrategia: más oblicua; más discreta; más condicionante y que nosotros no sabemos desvelar.

Concrete o empezaré a asustarme.
La ciencia y la tecnología se pueden aprender desde fuera y ellos lo hacen y bien con nuestra lógica del método científico.

Está claro.
Pero después convierten esos avances en poder a partir de su propia cultura: menos literal, más difusa, más de matices. Los chinos no ganan derrotando al oponente, sino creando condiciones para prevalecer.

¿Cómo?
En Occidente entendemos el triunfo como afirmación: tengo más fuerza y te la impongo. En China, en cambio, la ventaja es –o no es– resultado del balance de contrastes. Nosotros caemos en la ilusión de una victoria efímera; ellos buscan la ventaja que confiere el decantar los hechos con el tiempo.

Pero la libertad es o, en China, no es...
Es que el concepto libertad no existe en su cultura: analicemos el eslogan de la Expo de Shanghai: “Mejor ciudad, mejor vida”.

Parece irreprochable.
¿Lo ve? ¡No sabemos leerlos! Dice ciudad, pero no ciudadanos; dice vida, pero no progreso. En realidad ese eslogan es un manifiesto antidemocrático, una máquina de guerra filosófica antioccidental.
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