jueves, 18 de septiembre de 2008

CADA VEZ SOMOS MAS VULNERABLES

JOSEP MARIA Espinàs

En estos días, el aire acondicionado ha seguido funcionando en los grandes almacenes y en los restaurantes. Y posiblemente también lo haya hecho en los cines y otros locales en los que hay público. En los pisos y espacios privados se ha iniciado la fase del uso temporal y discutido.
El aire acondicionado fue un invento de hace 100 años. Parece que la idea práctica la tuvo un norteamericano, Carrier, para mantener una temperatura constante que era indispensable en una industria. Después adoptaron la novedad otras empresas. Hasta que se pensó que sería muy útil en el ámbito familiar. Y en este otro hogar ambulante que son los automóviles.
Cuando yo era pequeño, e incluso cuando ya era un joven, no había aire acondicionado y, cuando llegaba el verano, no "me ahogaba de calor", usando una expresión popular para decirlo. Lo que he podido comprobar en mi ya larga vida es la pérdida progresiva de la capacidad de adaptación. Las casas con calefacción eran minoría, y la gente se las arreglaba con estufas o braseros para no pasar frío. Subíamos las escaleras a pie y ahora, sin embargo, renegamos cuando el ascensor está estropeado.
No es que yo crea que antes se vivía mejor, que quede claro. Soy partidario de las ventajas modernas, de no tener que lavar la ropa a mano ni soplar el fogón para preparar la comida. Lo único que sugiero es que hemos adquirido un nuevo concepto de la comodidad personal y que, paralelamente, ha ido aumentando nuestra sensibilidad ante cualquier adversidad pequeña y temporal.
Cuando no había aire acondicionado, todo el mundo aceptaba como natural el pasar calor. En un lugar más que en otro. Ahora nos hemos vuelto exigentes con el grado de temperatura. El calor era un inconveniente democrático, el aire acondicionado ha creado la sensibilidad individual. Siempre está demasiado fuerte o demasiado flojo para según quién. "Súbalo, por favor". "Bájelo, por favor".
Se trata de un invento magnífico que, inevitablemente, crea problemas, porque no puede regularse a gusto de todos. Dejando al margen que el responsable del restaurante puede ser partidario de la congelación --no solo de los alimentos, sino también del personal--, cada cliente se considera el único poseedor de la verdad térmica.
Cada vez estamos más convencidos y, al mismo tiempo, somos más frágiles.

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