jueves, 2 de mayo de 2019

ESCRIBIR SIN PRESERVATIVO




Hay artistas que necesitan fumar, esnifar, beber y colocarse para intentar escribir y plasmar la realidad del mundo, de su mundo, de nuestro mundo. Yo prefiero asomarme a las calles, a las plazas, hablar con la gente, intercambiar miradas, abrazos, apretones de manos.
Cada mañana leo la prensa y analizo sus contenidos, intento separar el trigo de la paja, distinguir las voces de los ecos, pero cada vez es más complicado. De vez en cuando, el magma me sube por la garganta y vomito la bilis en unos versos ácidos y corrosivos, otras veces la mirada de un niño, la sonrisa de una mujer o los compases de una música olvidada fecundan mi alma y doy a luz poemas preñados de esperanza.
A menudo me refugio en los palacios de la memoria y busco entre sus bodegas aquellos vinos que endulzaron mi vida o aquellos bebedizos que me enloquecieron y estuvieron a punto de poseerme, me deleito con los primeros y resisto la tentación de embriagarme con los segundos.
Cuando la caldera está al límite y se abren la válvulas del alma, esos vapores se condensan en mi cielo dibujando nubes, provocando truenos, engendrando galernas que azotan mis acantilados. A veces hay alguien que me posee y escribe a través de mi pluma, otras veces me vacío de tal modo que apenas puedo hilvanar mis pensamientos.
Sea como fuere, no dejaré que ningún filtro me separe de la realidad, quiero vivir la vida sin intermediarios, sentir su aliento entre mis labios, hacerle al amor sin preservativo aun a riesgo de quedarme preñado, no hay nada tan hermoso como sentir la vida patalear en tus entrañas antes de sentirla llorar en tus cuartillas.

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