Hay que remontarse a 1930 para tener la referencia más reciente de deflación mundial, por eso muchos no la consideran una amenaza seria
1. • La combinación de estancamiento y deflación conduce a una crisis de la que es muy difícil salir
MARTA Condominas*
Es muy posible que un nuevo término entre a formar parte en poco tiempo del vocabulario de economistas, políticos, periodistas, enciclopedias y diccionarios: estandeflación, es decir, estancamiento de la economía junto con deflación, o sea, reducción de la producción y caída de los precios. Porque el problema que se avecina puede dejar de ser pronto el de la inflación para pasar a ser el de la deflación, una situación mucho más temida y peligrosa que la primera, aunque la mayoría de nosotros no tengamos más que referencias históricas de lo que esto significa a nivel mundial.
EL PASADO 30 de octubre, el vicepresidente de economía Pedro Solbes calificó  de "excelente dato" el retroceso de un punto de la inflación en octubre en  España, su mayor caída en siete años. ¿Es realmente un dato excelente? Lo sería  si esta caída de precios se registrase únicamente en España, pues ello nos  permitiría recortar nuestro diferencial de inflación respecto a otros países y,  por tanto, ser más competitivos. Pero la noticia publicada el 20 de noviembre de  que la inflación en Estados Unidos también ha caído un punto en octubre (la  mayor caída en 61 años) y el dato adelantado de inflación en España para  noviembre, que refleja otra caída de 1,2 puntos, nos hace pensar que el fenómeno  deflacionario puede ser un hecho generalizado. El proceso estandeflacionario ya  fue pronosticado, a principios del presente año, por Nouriel Roubini (profesor  de la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York).
Muchos se  preguntarán: pero ¿el problema no era que los bancos centrales, especialmente el  Banco Central Europeo, habían dedicado sus esfuerzos durante los últimos meses  al control de la inflación? La respuesta es, efectivamente, sí, pero ahora el  escenario ha cambiado radicalmente.
La falta de demanda provocada por la  crisis económica y financiera está en el origen del problema. A partir de ahí,  se inicia un proceso de retroalimentación, es decir, un círculo vicioso: en  aquellos sectores en los que la oferta supera a la demanda (especialmente, el  sector de la vivienda y el sector del automóvil), la tendencia tiene que ser  forzosamente la de reducir los precios, aun cuando estos no alcancen más que a  cubrir los costes fijos. Cuando esto ocurre de forma cada vez más generalizada  --es decir, cuando la oferta agregada supera la demanda agregada--, la demanda  tiende a disminuir todavía más, porque los consumidores piensan: ¿por qué  comprar hoy, si mañana será más barato? La gente, entonces, retiene, si puede,  el dinero a la espera de gastarlo más adelante. Naturalmente, caen el consumo  privado y la inversión, y, con ello, la demanda todavía disminuye más. Con la  disminución de los precios de sus productos, las empresas no tienen más remedio  que reducir sus costes. El efecto siguiente es el aumento de las tasas de  desempleo, y suma y sigue...
Si a todo este proceso le añadimos el  importantísimo descenso que está experimentando el precio del petróleo, de  ciertas materias primas y de los activos inmobiliarios y los financieros por  falta de demanda, y el cierre del grifo crediticio, lo que nos espera es para  echarse a llorar: la economía puede iniciar una senda de contracción de la  actividad (estancamiento) de magnitud y duración impredecibles, que, junto al  fantasma de la deflación, podrían situarnos en el peor de los escenarios  posibles. 
LOS ECONOMISTAS de todas las épocas han estudiando los ciclos económicos  intentando encontrar sus causas, su dinámica y la forma de evitarlos o, cuando  menos, suavizarlos. La actual situación de la economía mundial es altamente  preocupante, porque la experiencia nos demuestra que las recesiones con  deflación no son simplemente lo que denominamos "una recesión cíclica". Son  crisis de una dureza y profundidad tal, sobre todo en términos de pérdidas de  empleo y de contracción económica, que salir de ellas es sumamente  difícil.
Sin embargo, no estamos acostumbrados a que los discursos políticos  muestren preocupación por la deflación, sino todo lo contrario. Se nos repiten  hasta la saciedad los efectos negativos que conlleva una inflación: dificultad  de asignación eficiente de los recursos, dado que el sistema de precios no  permite a los agentes económicos discernir con claridad sus decisiones de  consumo e inversión y, en definitiva, genera incertidumbre. Tan solo Japón, en  la década de los noventa, ha experimentado deflación, y sus efectos perduran aún  hoy en día. 
DEBEMOS remontarnos a los años treinta del pasado siglo para tener la referencia más reciente de deflación a nivel mundial, de ahí que muchos no la consideren una amenaza seria. En estos momentos de turbulencia económica, son necesarias más que nunca po- líticas coordinadas a nivel mundial. Precisamos que gobiernos y bancos centrales determinen con precisión las medidas a adoptar. Las expectativas empresariales y la incertidumbre en la que nos movemos ante tanto escándalo financiero hacen necesario un liderazgo político sin fisuras que impulse reformas estructurales, aunque tengan un elevado coste político, antes de que la necesidad nos fuerce indefectiblemente a ello.
*Profesora de Política Económica de la Universitat de Barcelona
 
 
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