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jueves, 22 de enero de 2009

TIRO DE GRACIA

“¿No le interesa rectificar su declaración?” Le preguntó el soldado. “No, no tengo porque hacerlo”, respondió ella. “Mire, si miente puede que se salve” trató de convencerla. “No me interesan las mentiras”, replicó. “Pero la verdad es peligrosa, la podemos fusilar ahora mismo” casi suplicaba. “Fusíleme entonces, en aquel rincón, cerca de las raíces que parió mi árbol”, retó. “No sea terca mujer, esto sólo lo hacemos con gente que verdaderamente es culpable y usted no creo que lo sea”,”Pero si lo soy, digo la verdad y en este mundo no hay que hacerlo, no puedo falsificarme para que otros me acepten o me quieran, no puedo borrar las huellas de dolor de mi alma, las puedo superar pero no puedo fabricarme una infancia que no viví yo, por ejemplo.

Me siento peor que una judía y mi mayor pecado es haber anidado violencia en mi vientre a temprana edad, tengo un nombre tatuado en la frente producto de mi oficio, pero tengo uno mucho más doloroso que se llama "recuerdos" que he compartido con la gente equivocada, me ha juzgado, sentenciado y declarado culpable”. Respondió enojada.

“A la gente no le interesa compartir dolor señora, y usted tiene marcas. La gente quiere personas felices, contentas, que sepan sonreír, que no tengan pasado, es más fácil aceptar gloria que pena, es menos dañino acercarse a una mujer sin pasado, sin inteligencia, que tiene la palabra "virgen o libre de culpa.” Espetó el guardia. “Una recién nacida sería perfecta” respondió ella. “No se equivoque, alguien que ha, sufrido, se vuelve contagioso, bueno eso piensan muchos por eso le digo que mienta y salve su pellejo”, casi lloraba el hombre. “Entonces que busquen plantas, sí, vegetales, ellos talvez no tengan pasado, ni hayan tenido problemas, martirios, ni traumas.

Si va a fusilarme, hágalo ahora, más no me vende los ojos, quiero ver de frente a la cara a todos aquellos que me hicieron a un lado por creer que mi alma estaba tan torturada como para anidar conmigo, por miedo a contaminarse de vivencias no suyas. ¡Dispare ya!, pero sea certero, hágalo justo en medio del corazón, ese que me han destrozado sin miramientos aquellos que mintieron diciendo que eran mi alma gemela y al descubrir mi pasado, me enterraron viva en el olvido sin un adiós siquiera pero antes de apretar el gatillo recuerde esto: "El amor, cuando se hace público, aumenta de peso, se convierte en una carga". Y yo lo que siempre he buscado es poder caminar junto a una persona compartiendo nuestro propio silencio. Sabiendo que los dos tenemos la fuerza interna que necesitamos para ser uno”.

Caminó segura junto al árbol, todavía oyó el canto de los pájaros, sintió la bruma rozar su cara, el aliento de su verdugo. El soldado cayó de rodillas junto a ella, ofreció disculpas por no poder fusilarla y se dio un tiro.


Lina Zerón


miércoles, 21 de enero de 2009

EN LA TELARAÑA DE SU PELO




Deseaba tanto poseerla que me olvidé de todo, incluso del consejo número treinta y seis del abuelo.
Llegamos a la ciudad después de una hora de camino. Estaba muy nervioso. Me sentí culpable y cobarde a la vez cuando la dejé en aquel pequeño restaurante mientras yo iba a trabajar unas horas, bueno, eso le dije y lo creyó. Salí por la puerta de atrás, en vez de ir a mi oficina tomé un taxi, me dirigí al hotel donde esperaba la otra mujer que había instalado desde hacía tres días. Otra que pensé era divina también. No medí la situación, no compaginé bien las fechas. Mi intención era ver a la Roja de día y a mi ángel de noche, creí que iba a poder dejarla en el departamento haciendo algo, leyendo, escuchando música, disfrutando del paisaje pero esa mañana que despertó en mis brazos no quise volver a apartarme de ella, sin pensarlo la invité a acompañarme a la ciudad. Mientras el taxista se peleaba con el tráfico yo iba elucubrando qué decirle a la Roja para excusarme por la ausencia de la noche anterior, el porqué no podría verla más que unos momentos. Cuando llegué al hotel se había marchado, una amiga mutua le había contado que yo estaba con otra, yo mismo la había enterado una semana antes en un alarde de machismo de la llegada de mi ángel. Me enteré que al no aparecer yo esa noche, la Roja llamó a nuestra amiga preguntándole por mí y ella le dijo todo. Se fue llevándose todas mis cosas, mi teléfono celular que le había dado a guardar, las botellas de vino tinto, una agenda, mi portafolio, documentos. Todo lo había dejado en el hotel para ir a recibir al tren a mi ángel y no se me hiciera tarde, dándole la excusa que tenía que hacer un trabajo urgente que solicitaba mi empresa fuera de la ciudad. No calculé que esto podía pasarme a mí, al experto en amores. Me mordí el labio inferior de coraje. ¿Cómo se me había ocurrido confiarle todas mis cosas?, debí llevarlas conmigo, no sabía que hacer. Tomé un taxi de regreso al restaurante donde me esperaba Ángela, la encontré leyendo un libro, le besé el cuello, volteó, me ofreció los labios y en ese instante se me olvidaron mis objetos perdidos y la Roja.
Decidí pasármela lo mejor posible. Tomé de la mano a mi nueva amante y la invité a conocer la ciudad.
Ya entrada la noche regresamos al departamento. Hicimos el amor como una mañana de verano en celo. Entré al baño. El teléfono sonaba. Corrió a responderlo, después de un rato la escuché decir: "Despreocúpese, yo le paso su mensaje". Al colgar se dirigió al closet. Empacaba sus cosas. Asombrado no podía detenerla, por vez primera no sabía qué hacer, qué decir, ¿Quién habría llamado?. Cuando me vio en el umbral de la puerta dijo: "¿Puedes poner música?, -sí-. Me dirigí a la sala cuando escuché cerrarse la puerta de la entrada. Salí corriendo, la detuve:
- ¡¿Qué pasó?!, dime, ¿Quién llamó?
- Ah, es cierto, se me olvidaba darte el mensaje. Dijo la Roja que todas tus cosas las fue a dejar a tu casa, que tu hija pequeña estaba enferma y que tu esposa está buscándote.
Ángela cerró la puerta del auto, encendió el motor, se frotó las manos y antes de partir me llamó, abrió un poco la ventanilla, me acerqué y me susurro al oído: -"Qué rico haces el amor”. Metí la mano al auto por el estrecho espacio entre la ventana y el toldo para acariciarla. Ángela cerró la ventanilla y arrancó el auto con furia.
Es verdad. Dejé una huella en su vida, más bien, mi dedo índice se quedó enrollado entre su pelo. Nunca he vuelto a escribir con la misma rapidez. La voz del abuelo retumbó en mi cabeza: “nunca despeches a una mujer.” Consejo número 36.
LINA ZERÓN

martes, 20 de enero de 2009

VOCES OCULTAS

Violeta comenzó a sudar, se le entumieron las manos, apretaba los dientes. Los demás compañeros del taller de lectura no se percataban de nada. Todas las clases escuchaba la débil voz infantil que repetía:

Frío... miedo... sola.. mamá...

Apartó con fuerza el cuaderno donde tomaba nota, tenía los ojos llenos de lágrimas, le dolía el estómago, se levantó de la silla corriendo al baño y empezó a jalar aire. Mareo, nauseas.

¿Te pasa algo Violeta? – Le preguntaron cuando regresó a la mesa.

No, no es nada, tengo nauseas, probablemente la comida estaba mal.

Con la cara lavada se incorporó nuevamente a la lectura, intentaba poner atención pero la voz de la pequeña seguía:

Miedo... frío... sola...

Sin poder más, les dijo a los otros alumnos.

¿No oyen la voz de una niña?

No, no oímos nada.

Pongan atención, es la voz de una pequeñita.

Todos callaron. Ricardo muy serio dijo:

Hace dos semanas que yo también escucho la voz de un joven,

¡¿Y qué te dice?! – preguntó Violeta

Miedo... frío... solo... papá

Irina que no estaba prestando atención a lo que hablaban, alzó la cara y pudo ver el rostro blanco de sus compañeros que murmuraban con voz temblorosa lo que cada uno de ellos oía.

¿ Qué pasa aquí?

Oímos voces.

Irina, quieta, callada, con la mirada en sus papeles escuchó la voz de una señora vieja:

Miedo... sola... frío... hija...

Saltó de su silla y gritó:

¡Bien, bien, como juego ya estuvo bueno, quién está haciendo estas babosadas. ¿Eres tú Isabel?

No, yo también oigo la voz de un hombre maduro que dice:

¡¿Qué dice?! Preguntaron todos.

Solo... frío... miedo... esposa...

Todos estaban aterrados. Violeta vomitaba, Isabel lloraba, Ricardo pálido. El único tranquilo era David, el dueño del departamento. Sentado en el sillón del fondo de la sala leía una novela y tomaba café. Preguntó:

¿Qué pasa aquí?

Le contaron lo que escuchaban. David inmediatamente le echó un grito a su hijo,

Damián, ¿Cuántas veces te he dicho que cierres bien las ventanas?, ya te dije que el sonido que produce el viento al entrar por ella se distorsiona.

Damián cerró la ventana, todo quedó en silencio, terminaron la clase y todos tranquilos se fueron a sus casas. En el metro, Violeta recordaba el día que su hija se ahogó en una piscina, juraría que era la voz de la niña la que escuchaba.

Ya solo, David se dirigió a la sala nuevamente para tomar el libro que estaba leyendo, encendió un cigarro y la pequeña lámpara, suspiraba profundo y escuchó, como le era habitual la voz angustiada de una mujer joven que le decía...

Miedo... frío... sola...

Lina Zerón

domingo, 18 de enero de 2009

MÁS ALLÁ DE LA GUERRA


Se llamaba Anna, hace un año entró por primera vez en el foro. En su presentación contó que era corresponsal de Amnistía Internacional para oriente medio. Durante meses, cada lunes, colgaba un reportaje sobre pueblos y gentes de esta castigada tierra.
Eran relatos cargados de humanidad, de belleza, relatos épicos en los que con la maestría del artista nos pintaba en cuatro trazos una historia, un drama, una esperanza.
A pesar de la dureza de los temas, la guerra de El Líbano, el conflicto fratricida entre Al-Fatah y Hamas, o los refugiados de Gaza, nunca la amargura encontró un hueco entre sus líneas. Amaba a los niños, se recreaba describiendo sus rostros, sus expresiones, sus palabras. Las mujeres le contaban sus historias y ella las recreaba para nosotros con una mezcla de piedad y admiración que hacían de su lectura un rito.
Cada semana, habría las páginas del foro ávido de encontrar sus relatos, cada día eran más intensos, más profundos su lectura te transportaba en cuerpo y alma a las tiendas de campaña, a las casas destruidas, a los campos de refugiados, pero la desesperación siempre era vencida por la luz de un nuevo amanecer.
Hace tres semanas, dejé de recibir sus nuevas, en principio, creí que se debían a los problemas ocasionados por la invasión de Gaza por el ejército Israelí, pero el pasado Lunes, al no recibir noticias, le mandé un mensaje a su correo privado, presintiendo que algo grave la había sucedido. Ayer recibí la respuesta:
“Sr Juan Maromo, soy el padre de Anna, he leído casualmente su mensaje, puesto que hace días no abro su correo, creo que su broma es terriblemente cruel y no le encuentro ningún sentido. Anna, fue corresponsal en El Líbano durante la última guerra. A causa de un bombardeo, fue herida de gravedad y ha permanecido durante un año en coma profundo, hasta el pasado Domingo en que falleció. Le ruego por respeto hacia ella y hacia usted mismo, no vuelva a insistir en el tema, inmediatamente procederé a la clausura de su buzón. “.
Esta mañana he intentado acceder a sus temas e inexplicablemente han desaparecido, incluso su ficha ha sido borrada del registro, he contactado con los responsables del servidor, y me comunican que no había incidencia alguna y que todo funciona perfectamente.
Llevo unas horas debatiéndome entre la incredulidad y la certeza, sé que no lo he imaginado, pero ni Gloria, ni otros amigos del foro recuerdan haber leído nada de Anna. Pero hace un momento, la ventanita del Messenger se ha iluminado y un corazón ha estallado con un mensaje dentro.. “Soy Anna, ya crucé la frontera del miedo, de la soledad y de la guerra, no sufráis por mí, ni por ti mismo, un día lo entenderás todo. Hasta siempre”…

sábado, 10 de enero de 2009

CREPÚSCULO ROTO

Somos una comunidad de mujeres que comparten su mutua experiencia, fortaleza y esperanza para resolver los problemas psicológicos y físicos de la Ablación así como ayudar a otras a recuperarse del trauma. Te invitamos a unirte. El único requisito para ser miembro de Clítoris Anónimas es haber sido objeto de mutilación. No se pagan honorarios ni cuotas; nos mantenemos con nuestras propias contribuciones. C.A., no está afiliada a ninguna secta, religión, partido político, organización o institución alguna. Es un organismo que se opone a la infamia practicada a las mujeres. C.A. No lleva juicios legales contra las agresoras.

Cuando Bakari leyó el anuncio en el periódico supo donde debía acudir, seguro era mejor decisión asistir a ese grupo. Tiempo atrás que deseaba hacerlo. Había escuchado las palabras del texto sagrado cada viernes en la mezquita pero el Texto sagrado no decía nada y ese vacío la quemaba por dentro más que la herida de su bajo vientre. Aquello no venía de Dios sino de los hombre y no era Dios sino en las mujeres donde encontraría refugio y comprensión.

Lejos de la ciudad, pasando un río, las cañas y el dispensario médico se encontraba la organización Clítoris anónimas. Era un terreno de unos cincuenta metros cuadrados, bardeado por árboles, una lona color amarillo hacía de cielo y cien sillas esperaban cada noche escuchar las historias de mujeres, algunas ya viejas, otras más jóvenes, unas miraban el vacío, otras escondían la mirada, las más jóvenes solían ver como hacia dentro de si mismas, Bakari se reconoció fácilmente en ellas.

A la entrada, una niña sentada en el hueco de la puerta, la cabeza apoyada en el marco y la mirada ausente, descansaba con indiferencia las manos sobre las flacas piernas, secando de vez en vez el sudor de su cara con la punta de la falda. No hablaba casi con nadie, permanecía como un oso de peluche olvidado dentro de un armario. Esa noche de caldera sus pupilas ensombrecieron, su cuerpo se enjutó y sus extremidades temblaron al dar paso al recinto a una mujer robusta, de edad mediana, con una cicatriz que le cruzaba todo el rostro.

“Hoy tenemos entre nosotras a Bakari por primera vez, recibámosla con un salmo para animarla a subir al estrado y compartir con nostras su historia”. Ni ese ni muchos días más pudo hablar, se limitaba a escuchar las diferentes historias y en cada una de ellas sentía las manos entumecidas, encorvaba la espalda y tratando que nadie lo notara, bebía sorbos de aguardiente escondido en el fondo de una lata de refresco. Mezclado con miel no olía tanto y escocía menos la garganta. El licor calcinaba su piel como cuero ardiente

Cada noche despertaba entre gritos secando sus ojos con un pañuelo viejo que perteneciera a su madre, se quitaba el camisón y revisaba con las manos que cada parte de si se encontrara pegada al cuerpo. –“¡Si te resistes te irá peor!”. Una y otra vez escuchaba lo mismo y se veía correr por senderos cubiertos de hierba, hasta ser atrapada. “¡Abre las piernas!”, la frase repicaba en sus oídos y el dolor volvía a enroscársele subiendo desde las ingles hasta la cara. Un aullido que no podía salir de su garganta, una punzada, un calambre como rayo la impedían gritar, un nudo hecho con las tripas del vientre brotaba en iracundo llanto. Sólo su cama de niña sabía de esa rabia contenida por tantos años, gemía en susurros al recordar las manos de su tía y a la Bruja, la mujer de las Ablaciones que recorría los pueblos ofreciendo sus prácticas. Bakari sintió a sus hermanas sujetándola, Ahirí la curandera cantaba un mantra, viejas oraciones que no figuran en ningún libro mientras con un trozo sucio de vidrio entre los dedos iba rasgando la carne a Bakari. Sintió humedad entre sus piernas, humedad espesa que crecía, humedad roja de sangre derramada. Ahirí mostraba la prenda robada a la niña que desfallecía sintiendo que aquello era la muerte.

Una semana permaneció hecha un ovillo sobre un tapete tirado en el suelo, no podía incorporarse ni mover un solo músculo para subirse a la cama, la fiebre traía alucinaciones, era una nube llevada por el viento a algún sitio lejano de la realidad, más lejos del mundo conocido. Su madre le aplicaba compresas de agua fría en la cabeza y la animaba a pararse para asistir a clases, debía terminar la primaria, solo le faltaban cuatro semanas.

Bakari asistió durante meses a las juntas de C.A. sin relacionarse con nadie hasta que una noche entró al salón la niña que cuidaba la puerta de acceso, pidiendo la palabra.

-“¿Cómo te llamas?”, preguntó la moderadora.

-“Adanna”, respondió.

-“Demos la bienvenida a Adanna”.

La niña cerró los ojos antes de hablar como recorriendo en cámara lenta la cinta de una película, el horror que le impedía contar su historia, tomó la decisión de no subir al estrado sino dirigirse al público; -“tengo trece años y me encargo de cuidar la entrada”. Mientras caminaba entre las filas veía los rostros que la seguían, detuvo su paso frente a la mujer robusta, de edad media pidiendo le dijera su nombre.

–“Bakari”, respondió la mujer.

-“¿me recuerda?”

Con movimientos de péndulo de reloj, lo negó una y otra y otra vez.

-“Me mutiló hace un año, había ido a lavar ropa al río como cada martes cuando apareció usted con las demás, cantando con las demás. Mi tía iba con usted señalándome con el dedo, usted me miró con los ojos rojos de aguardiente, se acercó a mi como los lobos se acercan a las reses, recuerde, se acercó a mi entre los aullidos de las otras hembras heridas y de un golpe me tiró al suelo”.

-“¡Me estás confundiendo, no soy yo!” gritaba ante el terror de ver cómo se iban levantando las mujeres comenzando a rodearla. Yo no soy una Bruja.

-“¿Se lo recuerdo?” Traía algo escondido entre sus amplios vestidos, varias mujeres que creí mis hermanas sostuvieron mis manos y piernas. Usted rompió una cuchilla por la mitad, frente a mi cara, como si le gustara escuchar el sonido del viento entre los árboles, luego cortó sus agudas esquinas; pude liberar una mano, cogí un vidrio que estaba entre las plantas y le corté la cara para tratar de detenerla, lo demás es igual a las otras historias”. A todos estas historias, mírenos bien, Bruja, aquí todas somos sus hijas.

Bakari miro horrorizada a la niña, pese al escándalo ninguna de las mujeres ahí presentes parecían alteradas, charlaban entre si unas con otras, o miraban el suelo, o el vacío.

-“¡Cállate niña!”, grito Bakari; pero la niña siguió hablando y hablando, Bakari no quería que le contaran aquella patraña, ella la sabía, cuantas veces había intentado olvidarla y cuántas había vuelto durante la noche más fuerte, más viva, apretó la lata de aguardiente entre sus manos, pero la niña no se intimido, y siguió narrando la historia, una y otra vez. “¡vete, vete!” gruñía, pero la niña seguía parada frente a ella.

Bakari se levantó entre el remolino de mujeres que extrañadas la miraban. Pudo haber salido de allí pero prefirió ir al púlpito donde nunca había hablado. Inmóvil, quieta delante de todas, la furia de las mujeres se apaciguó creando un intenso silencio.

Bakari al mirarlas creyó reconocerlas a todas. Con los ojos alzados buscó la voz dentro de su garganta:

“Buenos días, soy Bakari, La Bruja, y he venido a contar mi historia”.

LINA ZERÓN

viernes, 9 de enero de 2009

ÉL TELÉFONO

Ahí estaba otra vez la pequeña en la fila del teléfono. Las once de la mañana en punto. Los otros la esperaban. En la mano derecha llevaba una tarjeta de teléfono y en la izquierda un paquete de pañuelos desechables. Comenzaba a marcar el número, los otros hacían una fila inmensa, callaban. A veces eran veinte, otras cincuenta, este día había 136 personas. Todos en perfecto orden y silencio con un pañuelo escondido en sus bolsas, un sueño postergado y un amor imposible guardado en su corazón.

La pequeña respiraba profundo, marcó el número. El sudor corría por su rostro. Ocupado, lágrimas.
-¿Quiere pasar? Esta ocupado. –preguntó al de atrás-
- No, no, espero. No tengo prisa- respondía.
Los otros no deseaban moverse de su sitio.
- ¿Eres tú mi amor?-

Los otros imaginaban las respuestas. Petra, la muchacha que hacía el aseo a doña Zoila y la segunda de la fila, pensó: “Seguro que el cuate este es casado y aquí la tiene todos los días hable que hable por teléfono como si fuera gratis, estúpida."

- Sufriendo, vacía, hueca. (Silencio)… no sé si pueda. (Silencio, suspiros) No, no cuelgues por favor, todavía no. (Silencio) Si, lo sé, (Silencio, suspiros) dime que me quieres.

Como todos los días comenzó a llorar. Como todos los días a las once de la mañana, Juan, el carnicero, se acercaba al teléfono. Enamorado de la pequeña, queriendo consolarla. Los otros sacaron sus pañuelos.
- Si, lo sé, lo sé... (Silencio). Trataré pero no sé si pueda... (Lágrimas, silencio) Contigo todo, sin ti la muerte.

No, la muerte no, pensaba Dulce la psicóloga, que ocupaba el quinto lugar. Deberías dejar de buscarlo. Se siente demasiado seguro de ti. Deja que te extrañe para que aquilate tu amor”. Frotando las manos.

- Bien, te dejo, ya no tiene más unidades la tarjeta. Te hablo mañana, (Silencio) por favor no faltes a la cita.

Al otro día llegó con una tarjeta nueva y su paquete de pañuelos. Ahí estaban los otros con sillitas replegables y sombrillas. Se saludaban, comentaban lo ocurrido el día anterior. La pequeña marcó el número y esperó, esperó, esperó.
- ¿Hola? Si, soy yo, la pequeña. Un prolongado silencio envolvió a los formados detrás de ella cuando escucharon un grito que retumbaría hasta en el cerro más lejano. ¡Nooooooo! La pequeña lanzó el teléfono cayendo como flor sin tallo sobre el pavimento ya húmedo por sus lágrimas. Su ropa estaba mojada. Los otros empezaron a llorar empapándose también.

Petra, entre lágrimas dijo: "La esposa, sí, seguro que los cachó y no volverán a verse"

Dulce, la psicóloga, entre dientes y llanto pensaba "¡Qué barbaridad! ¿Se habrá suicidado el enamorado?

Juan, el carnicero, levantó a la pequeña amada en sus brazos y desapareció con ella por la calle.

LINA ZERÓN


miércoles, 7 de enero de 2009

JUGANDO FUERTE


Toda mi vida fui un bala perdida, sin creencias, sin ideales. Lo único que me importaba era beber, fornicar y conducir buenos coches. Obtenía dinero por todos los medios a mi alcance. Chuleé prostitutas, fui gigoló de maduras acaudaladas, robaba y estafaba; cualquier cosa menos trabajar. El trabajo me daba nauseas, no quería esclavizarme a un horario por cuatro duros y menos que nadie se enriqueciera a mi costa, como nunca tuve constancia para el estudio llegué a la mayoría de edad sin oficio ni beneficio.

Me cegaba el póker, pasaba las noches jugando, apostando mi presente y mi futuro solo por el vértigo del riesgo, tan pronto ganaba fortunas, como me endeudaba hasta las cejas. Recorrí todos los casinos hasta perder lo último que me quedaba. Una noche en la que estaba al borde del suicidio se me acercó un desconocido y me propuso un trabajo…

Me sumergí en el mundo de las drogas, empecé vendiendo “maria” a los amigos, pero la coca era mucho más rentable y acabé distribuyendo nieve, dinero fácil y abundante. Generoso con la policía, y discreto en mi trabajo, no tuve grandes problemas, hasta el punto que esa vida se me antojó monótona. Comencé a maquinar un plan para dar un buen golpe y retirarme al Brasil . Siempre me atrajo el riesgo, y este era por una buena causa. Fui ganándome la confianza de mis superiores, hasta conseguir acercarme a la cumbre, allí conocí a políticos, banqueros y altas jerarquías que controlaban el tráfico de estupefacientes.

Durante meses fui un sicario obediente, acataba órdenes sin rechistar y mi eficacia les hizo encomendarme misiones cada vez más importantes. Pronto llegó mi oportunidad, debía recoger un cargamento de cocaína recién llegada de Colombia para entregarla en el laboratorio, era de una gran pureza, y el precio en el mercado resultaba exorbitante. Alquilé una camioneta con documentación falsa y cargué el alijo, viajé durante toda la noche y escondí la mercancía en el pajar de un pueblo abandonado, muy lejos de la carretera. Previamente había negociado con unos amigos rusos, muy interesados en comprar la mercancía a mitad del precio. Tenía en el bolsillo el billete de avión hacia Rio y un pasaporte falso, de modo que era imposible que nadie me localizara.

Al amanecer recibí una llamada al móvil de prepago que había comprado días antes en un bazar, y quedamos de acuerdo en que la entrega seria a la noche siguiente, la transferencia certificada a un banco Brasileño comprobada desde mi portátil ,me permitiría salir del país con tan solo el bolso de cabina. Así que decidí descansar durante el día para estar en forma. Como no tenia con que entretenerme, decidí esnifar una rayita para pasar el tiempo, siempre había ido con cuidado de no caer en sus garras, aunque como buen amante del riesgo, me encantaba caminar por la cuerda floja.

Era realmente pura, a los pocos instantes de haberla absorbido, noté el subidón, me sentí eufórico, era un vencedor, por fin había ganado la partida.

De repente escuché un chirriar de neumáticos, cuatro todo terreno acordonaron la casona y un ejército de pistoleros salió metralleta en mano, dos de ellos entraron al pajar y sacaron la furgoneta, supe que estaba perdido. Alguien arrojó una lata de gasolina ardiendo por una ventana y en unos segundos aquello se convirtió en el infierno, no tenia escapatoria.

De repente sentí un frio glaciar, todos mis pelos se erizaron y los ojos parecían salirse de las órbitas. Allí estaba él, alto, imponente, el mismo personaje que me ofreció mi primer “trabajo”.

–Sabes que estás perdido me dijo,- podría dejarte morir, pero al igual que a ti, también me seduce el riesgo, si firmas este contrato, me venderás tu alma, pero ¿Qué tienes que perder?, tu ganas tiempo, y yo me divertiré contigo durante unos años,- ¡Hagan juego señores!

Me tendió un pergamino y una pluma, cuando nuestras miradas se cruzaron, sentí la muerte recorrerme de pies a cabeza, jamás había sentido una sensación tan horripilante. Con mano temblorosa firmé el contrato. Una carcajada siniestra atronó mi cerebro, a pesar de las llamas que me rodeaban, un frio infernal fue penetrándome hasta que perdí la consciencia.

Me desperté en una habitación desconocida, una hermosa mujer se arrebujó junto a mí y rodeándome entre sus brazos me susurró - Parece que has tenido una pesadilla- y me besó dulcemente, al momento dos preciosas muñequitas saltaron sobre mí comiéndome a besos.

-¡ Papaaá, hace un día precioso, vamos a jugar al jardín!-

Cerré los ojos por un momento y escuché la voz de Satanás - Ha empezado el juego… ¡ Primer asalto!. Por primera vez vas a conocer el amor, cuando ames a esa mujer y a esas niñas más que a tu vida, te las arrebataré de un golpe, aunque no te diré como ni cuando… y eso solo es el principio, te aseguro que vamos a jugar fuerte, muy fuerte. Vamos a jugar por toda la eternidad.

lunes, 22 de diciembre de 2008

EL MAGMA DE LA VIDA

Hundirme entre tus brazos es volver al magma de la vida, sumergirme en el útero primigenio, viajar en el tiempo hasta el cero absoluto.

Hundirme en tus ojos es viajar a los confines del universo, donde el polvo de estrellas crea galaxias etéreas. Hundirme en tu sexo es asumir la inmortalidad muriendo en el orgasmo.

El nacimiento y la muerte se abrazan en ese cenit cósmico en el que vislumbras el túnel de luz que nos trajo a la vida y nos llevará a la tierra de leche y miel.

Beber de tus pechos es recibir el maná en el desierto, embriagarme del olor a pan recién horneado, recorrer tu cuerpo con mis manos de ciego, descubriendo a cada instante valles secretos y colinas ardientes.

Fundirme en tus simas es el bautizo absoluto que me devuelve limpio, con el alma recién parida y el cuerpo impregnado en la tibia placenta de tu seno.

Hacerte el amor es renacer mil veces, ciego desnudo, bañado en tus efluvios, hasta perder la noción de mi mismo, hasta saber que mi cordón umbilical se pierde en el pozo sin fondo de tu sexo.

JUANMAROMO

lunes, 15 de diciembre de 2008

LA DESMEMORIA Y EL MIEDO


La desmemoria /1


Estoy leyendo una novela de Louise Erdrich. A cierta altura, un bisabuelo encuentra a su bisnieto. El bisabuelo está completamente chocho (sus pensamientos tienen el color del agua) y sonríe con la misma beatífica sonrisa de su bisnieto recién nacido. El bisabuelo es feliz porque ha perdido la memoria que tenía.El bisnieto es feliz porque no tiene, todavía, ninguna memoria. He aquí, pienso, la felicidad perfecta. Yo no la quiero.

Desmemoria /2

El miedo seca la boca, moja las manos y mutila. El miedo de saber nos condena a la ignorancia; el miedo de hacer, nos reduce a la impotencia. La dictadura militar, miedo de escuchar, miedo de decir, nos convirtió en sordomudos. Ahora la democracia, que tiene miedo de recordar, nos enferma de amnesia: pero no se necesita ser Sigmund Freud para saber que no hay alfombra que no pueda ocultar la basura de la memoria.

El miedo

Una mañana, nos regalaron un conejo de indias. Llegó a casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula. Volví a casa al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad.

E. Galeano