viernes, 9 de enero de 2009

ÉL TELÉFONO

Ahí estaba otra vez la pequeña en la fila del teléfono. Las once de la mañana en punto. Los otros la esperaban. En la mano derecha llevaba una tarjeta de teléfono y en la izquierda un paquete de pañuelos desechables. Comenzaba a marcar el número, los otros hacían una fila inmensa, callaban. A veces eran veinte, otras cincuenta, este día había 136 personas. Todos en perfecto orden y silencio con un pañuelo escondido en sus bolsas, un sueño postergado y un amor imposible guardado en su corazón.

La pequeña respiraba profundo, marcó el número. El sudor corría por su rostro. Ocupado, lágrimas.
-¿Quiere pasar? Esta ocupado. –preguntó al de atrás-
- No, no, espero. No tengo prisa- respondía.
Los otros no deseaban moverse de su sitio.
- ¿Eres tú mi amor?-

Los otros imaginaban las respuestas. Petra, la muchacha que hacía el aseo a doña Zoila y la segunda de la fila, pensó: “Seguro que el cuate este es casado y aquí la tiene todos los días hable que hable por teléfono como si fuera gratis, estúpida."

- Sufriendo, vacía, hueca. (Silencio)… no sé si pueda. (Silencio, suspiros) No, no cuelgues por favor, todavía no. (Silencio) Si, lo sé, (Silencio, suspiros) dime que me quieres.

Como todos los días comenzó a llorar. Como todos los días a las once de la mañana, Juan, el carnicero, se acercaba al teléfono. Enamorado de la pequeña, queriendo consolarla. Los otros sacaron sus pañuelos.
- Si, lo sé, lo sé... (Silencio). Trataré pero no sé si pueda... (Lágrimas, silencio) Contigo todo, sin ti la muerte.

No, la muerte no, pensaba Dulce la psicóloga, que ocupaba el quinto lugar. Deberías dejar de buscarlo. Se siente demasiado seguro de ti. Deja que te extrañe para que aquilate tu amor”. Frotando las manos.

- Bien, te dejo, ya no tiene más unidades la tarjeta. Te hablo mañana, (Silencio) por favor no faltes a la cita.

Al otro día llegó con una tarjeta nueva y su paquete de pañuelos. Ahí estaban los otros con sillitas replegables y sombrillas. Se saludaban, comentaban lo ocurrido el día anterior. La pequeña marcó el número y esperó, esperó, esperó.
- ¿Hola? Si, soy yo, la pequeña. Un prolongado silencio envolvió a los formados detrás de ella cuando escucharon un grito que retumbaría hasta en el cerro más lejano. ¡Nooooooo! La pequeña lanzó el teléfono cayendo como flor sin tallo sobre el pavimento ya húmedo por sus lágrimas. Su ropa estaba mojada. Los otros empezaron a llorar empapándose también.

Petra, entre lágrimas dijo: "La esposa, sí, seguro que los cachó y no volverán a verse"

Dulce, la psicóloga, entre dientes y llanto pensaba "¡Qué barbaridad! ¿Se habrá suicidado el enamorado?

Juan, el carnicero, levantó a la pequeña amada en sus brazos y desapareció con ella por la calle.

LINA ZERÓN


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