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viernes, 30 de julio de 2010

LA OPINIÓN O LA VIDA

La opinión o la vida


 
Joan Barril
En tiempos no tan antiguos era frecuente que la gente, antes de irse de vacaciones, cubriera los muebles con grandes lienzos blancos, cerrara la espita del gas y del agua y colocara las plantas lejos de la luz solar y sobre una superficie resistente al agua. Así eran los preparativos de las vacaciones y en este ritual de sábanas y de persianas cerradas se daba el año por clausurado.

Algo así me sucede en este momento. Esta es la última columna que escribo en esta página. Llevo catorce años en ese género llamado «opinión» y si quieren que les diga ya no se qué opinar de nada. Me consta que no soy el único, porque la opinión está siendo fagocitada por la propaganda y por aquellos que creen que ya no hace falta leer ni dudar ni mucho menos debatir. La opinión nunca ha sido un género cómodo, porque obliga al opinador a mojarse en la tinta, precisamente ahora en que otros opinadores toman por asalto las ondas y lo que dijeron ayer es lo contrario de lo que dicen hoy. Eso sin olvidar a los que, refugiados en el anonimato telemático y en una interesada visión de la libertad de expresión, se dedican a verter comentarios injuriosos y lerdos en la pantalla. En otras palabras: que nunca se había opinado tanto como ahora y con tan poco rigor como ahora.
Catorce años buscando emociones, análisis, sentimientos y al final de este estilo de periodismo nos damos cuenta que el guión nos viene marcado por supuestos políticos cuya máxima tarea intelectual consiste en saber si los opinadores somos de los suyos o de los contrarios. De vez en cuando, en periodos particularmente tensos, los políticos convocan a los opinadores para hacernos creer que todos somos iguales. Pero lo cierto es que los políticos pasan y los periodistas, mal que bien, nos quedamos. Y en esa desigualdad consolidada la opinión ya solo se alimenta de ideas agostadas, de proyectos vanos, de rutas embarradas y de simulacros de tareas épicas en los que lo único que importa es saber quién la tiene más larga.
¿No están ustedes cansados de tanta charleta inane? ¿No han pensado en más de una ocasión que hace falta una máquina que se pregunte permanentemente por la verdad de las cosas que nos dicen y sobre todo por los motivos últimos de las decisiones políticas? Porque se hace difícil escribir sobre la niebla. Se me hace muy cuesta arriba creer en gente que no se cree ni a sí mismo. A veces me pregunto en qué podría entretener mi tiempo para mi en vez de jugar a ser un intelectual de trincheras para unos generales que no saben en qué guerra combaten.
Es legítimo cansarse de la destilación de la nada. Y no es menos legítimo abandonar la tarea de mirar lo que nos pasa con la orejeras de burro que nos han puesto ciertos burros. Respeto demasiado este oficio para continuar haciendo el esfuerzo de imaginar que hay algo más que oportunismo y adulación en esa política cortesana que ni se entiende ni quiere hacerse entender.
Llegará septiembre y las ciudades volverán a ofrecernos el magnífico espectáculo de la vida. Esa es la vida que les contaré en este periódico del pueblo. Puestos a recibir dictados más vale irlos a buscar a las plazas que a los gabinetes de prensa. Y puestos a experimentar el acuerdo o la protesta de los lectores prefiero encontrármelos cara a cara por la calle que embozados en la cobardía infame de los comentarios de internet. Hoy por hoy se acabó la opinión y empieza la vida real. Nos vemos, si gustan, en septiembre. Ya les contaré.