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martes, 3 de mayo de 2011

DEBO SER UN INGENUO

 

    Aquí hay una trepidante película de acción. Un grupo de soldados americanos, la más pura esencia de la élite, bajan del helicóptero en Abottabad, entran en la casa de Bin Laden y, en una operación relámpago, tienen tiempo de cargarse al malo más malo de todos, de recoger el cuerpo, subirlo al helicóptero y, antes de regresar a la base, lanzarlo al mar, una solución muy cinematográfica para el final de la historia que empezó aquel día de septiembre. Antes de la acción violenta y decidida, planeada con todos los detalles, quizá veremos como los soldados se preparan, hacen la última comida, se conjuran ante el momento más importante de sus vidas. También podría ser que uno de ellos tuviera parientes que murieron en el atentado de las Torres Gemelas. Podríamos ver escenas de una barbacoa familiar en momentos de placidez y una foto de grupo que ahora, en el instante del ataque definitivo, el soldado lleva en un bolsillo del uniforme. El último plano es el que decíamos: el cuerpo del terrorista va cayendo, inerte, al mar. Todo esto sucederá. A mí, que lo miro con distancia, me molesta tanta euforia por la muerte de este individuo. Debo de ser uno de los ingenuos que cree en los tribunales internacionales y en el dominio de la ley, y creo que matar a alguien de este modo (y lanzarlo después al mar, si es que esto se confirma) es indecente y va contra mis principios.Debo de ser un ingenuo. Seguro.

J.M. Fonolleras