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jueves, 3 de febrero de 2011

"Sane sus propias heridas: sus hijos se lo agradecerán"

La terapeuta está especializada en el método de liberación de corazas, que recupera la posición natural del cuerpo y la energía perdida


Después de una profunda crisis de identidad, Lurdes Reina experimentó un cambio que la llevó a buscar lo esencial. Trabajaba en el sector financiero, pero su éxito profesional no fue suficiente para superar “una desgana profunda de existir” que la llevó a cuestionarse una y otra vez “qué y quién soy yo aparte de mi profesión y mi estado civil “. La crisis existencial en que se vio sumida la impulsó a entrar en lo que ella llama “el gran supermercado de las terapias”. Desde que se sumergió en el Método de Liberación de Corazas, se dedica a acompañar a las personas a encontrar su potencial.

¿Todos tenemos corazas?

A lo largo de nuestra vida, todos en menor o mayor grado hemos tenido experiencias que han provocado que nuestro cuerpo se haya cerrado y protegido para sobrevivir. Estas experiencias, en las que hemos podido pasar miedo, ira o tristeza, quedan impresas en nuestro cuerpo, y él no olvida.

¿La coraza como medio de protección?

Son encierros que continúan en nosotros de forma inconsciente y se manifiestan físicamente, en forma de dolor, enfermedad, o contracturas musculares crónicas, y psicológicamente: depresión, desgana de vivir, ansiedad…

¿Se pueden clasificar?

Las corazas de base son las más profundas. Se forman en edad temprana – pudiendo hacerlo en el útero materno, hasta los dos años - y físicamente se encuentran cerca de la columna vertebral, en la verticalidad de nuestro cuerpo. Las de identificación recubren las de base, envolviéndolas, como las capas de una cebolla.

¿Tantas capas como corazas?
Cada coraza envuelve a la siguiente. Podemos pensar en las muñecas rusas, las matrioskas, que al estar huecas por dentro, cada una alberga otra en su interior hasta llegar a la más pequeña. En nuestro caso, es la coraza fundamental. Cuanto más temprana sea la construcción de una coraza, más profunda estará localizada en nuestro cuerpo y en nuestra psique.

¿Y entonces?

El método de las corazas es un método de aproximación global al ser, que abarca todas sus dimensiones: física, psíquica, emocional y espiritual, entendiendo la espiritualidad como la unión profunda con uno mismo, con nuestra alma.

Una forma de conocerse a sí mismo…

La herramienta para experimentar esta aproximación es nuestro propio cuerpo, con quien establecemos un diálogo. Aprendemos a escucharle, a restablecer ese vínculo profundo que un día pudo haberse escindido. Cuando nos separamos de nuestro cuerpo, nos separamos de nuestros instintos, de nuestro lado salvaje, de nuestra animalidad.

¿De qué manera habla nuestro cuerpo?

Empieza con un pequeño dolor, una contractura leve, una bajada del sistema inmune que nos lleva a la cama con un resfriado. Pero la voz del cuerpo sube de tono, y llega un día en que de alguna manera nos hace parar, tras un accidente o una enfermedad grave.

Momento de plantearse cosas.

Hay que averiguar hacia dónde nos conducen los síntomas y luego plantear cambios en nuestra vida. A las personas que viven por y para los demás, un día el cuerpo puede decirles: párate y ocúpate de ti.

¿Cómo se manifiestan las corazas?
Normalmente las percibimos en forma de rigideces en nuestro cuerpo, dolores crónicos, o enfermedades graves. A nivel psicológico, como creencias limitativas y limitaciones internas, depresiones, angustia, y sintiendo una dificultad de vivir, permaneciendo en la supervivencia.

¿Qué factores influyen?

La manera en que hemos sido tratados de bebés, cómo hemos sido amados, el hecho de haber visto a nuestro padres amarse, la educación escolar…

¿Qué aconsejaría a los padres?

Los niños aprenden por osmosis, captando lo que ven en su entorno. Si los padres aprender a cuidar de sí mismos, ocupándose de su propio proceso vital, el niño suele tener menos problemas. Hay que dejar de trasmitir nuestras heridas a nuestros hijos. Animo a los padres y futuros padres a que se ocupen de sí mismos y sanen sus propias heridas. Sus hijos se lo agradecerán.