Emma Riverola
                                                                              Solo le quedan cuatro meses de paro.  Hoy ha vuelto a pasar por la constructora. Nada. No les ha salido la  obra y van a tener que despedir a tres más. Cuando salía se ha tropezado  con un ecuatoriano. Él también pedía trabajo... Una gota. En la calle  una mujer se lamenta. ¡Le han robado el monedero! Habrá sido alguna de  esas rumanas, dice un hombre, me ha parecido verlas por aquí. Los  vecinos se exclaman. Cuando llegue a casa, la mujer descubrirá el  monedero en el fondo del bolso… Otra gota. En los servicios sociales hoy  no pueden atenderle. Están desbordados. En la sala espera turno una  veintena de personas. Cuenta cuatro mujeres magrebís… Más gotas. Llega  el político en campaña electoral. ¡Los de casa, primero!, grita el  candidato. ¡No hay espacio ni dinero para todos!, prosigue. ¡Fuera los  que nos están robando el país! De repente, el rosario de gotas se enreda  con su desesperación y su impotencia. Y el miedo a la miseria se  transforma en rencor.
 
Es fácil. Demasiado fácil y de  infausto recuerdo. El verdadero culpable descansa impune en los  ostentosos despachos de las plantas nobles. Mientras, sus cómplices  inventan carnaza para los desesperados. A poder ser, un cebo tan débil o  más que estos. Un enemigo al que puedan retar con la mirada y escupirle  la rabia. Víctimas sobre víctimas. Asomados a la ventana de la décima  planta, los que siempre ganan sonríen.