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martes, 5 de abril de 2011

8.658 menos una



Emma Riverola Escritora

Está sentada junto a una cincuentena de personas. Todas pendientes de una pantalla. Cuando vea proyectado su número sabrá a qué mesa debe acudir. Mira los rostros que la acompañan. Algunos parecen acostumbrados. Como si llevaran meses esperando su turno. Otros parecen tan desorientados como ella. Ayer apareció en los titulares de la prensa. Es una de los 8.658 nuevos parados en Catalunya. Después de cuatro años arrastrando un sueldo de miseria, con la eterna y falsa promesa de un aumento mientras lo único que veía incrementado era la responsabilidad, la han despedido. Eras la más barata, le han reconocido. Y además empezaba a resultar molesta, eso lo sabe ella. En tiempos difíciles, las empresas prefieren voces más dóciles que la suya. Mira la pantalla y piensa que, en realidad, lleva años esperando su turno. Tiene 28 años. Le sobra talento, energía y coraje. ¿Vale la pena seguir malvendiéndolo? Búscate algo seguro, le dijeron sus padres cuando salió de la universidad. Y aparcó su proyecto. Pero mira alrededor y piensa que todos los que la acompañan también creyeron tener algo seguro.

Se levanta y vuelve a la mesa de recepción. Información. Por ahora, solo quiere información. Tirar adelante su proyecto será difícil, pero malvivir por malvivir, vale la pena intentarlo. Mujer joven en paro. Le encantaría romper las estadísticas… y ser una menos en la lista.

martes, 8 de febrero de 2011

EL HOMBRE INMOVIL

 
 
Emma Riverola Escritora
 
Las ocho de la mañana. Se ajusta el nudo de la corbata y repasa las solapas de la americana en el espejo del ascensor. Colgada del hombro, la bolsa del portátil. Saluda al portero y, como cada lunes, cruza con él unas puyas futbolísticas. Sale a la calle con el paso certero y apresurado de siempre. Se cruza con algún vecino e intercambia un breve saludo. Tiene prisa. Ya son las ocho pasadas. Gira la esquina. La siguiente. La otra.

Una mujer que pierde el autobús le golpea ligeramente en el hombro. Él se detiene y la mira. Observa cómo se aleja el autobús y llega otro. Otro más. El hombre sigue parado en medio de la calle. La luna del escaparate le devuelve su reflejo. Todo se mueve a su alrededor. Todo, menos él. El hombre sigue quieto, paralizado… Parado.
Tiene 53 años. Después de 30 trabajando, el viernes pasado le notificaron el despido. Le entregaron una carpeta con todos los documentos perfectamente en orden. Unas cuantas firmas y todo arreglado. Rápido. Aséptico. Como una amputación perfecta. Tanto que ahora siente el dolor del miembro fantasma. La querencia de la rutina le dice que llega tarde, que le esperan en el despacho, que tiene un montón de temas por resolver. Pero su móvil no suena. Su bolsa está vacía. No hay portátil, ni informes, ni reunión a la vista. Se acabó. Solo queda el vértigo de un lunes vacío… Y el miedo a un futuro inmóvil.