Emma Riverola                               Escritora
                                                                               Se encuentra en el fondo de una caja  donde se amontonan fotos desteñidas, cromos arrugados, cartas, postales y  posavasos amarillentos. En la oscuridad, sigue luciendo los mismos  colores brillantes. Un sol rojo sobre un fondo amarillo y una amplia y  simpática sonrisa. ¿Nucleares? No, gracias, clama el lema que lo  rodea. Y lo grita con la misma fuerza que cuando la chapa se prendía en  las chaquetas de pana y las camisetas de los años 80. Esos días en que  todo parecía posible. Con los años, la chapa pasó de las solapas al  fondo de la caja de las utopías. Y ahí quedó desterrada, junto con la  gorra del Che y un poema de Neruda. Durante este tiempo  nos quisieron convencer, o lo consiguieron, de que la energía nuclear  era la alternativa. Inacabable, frente a la carestía del petróleo.  Barata, frente a lo costoso de las energías renovables. Y se garantizaba  que la tecnología había conseguido dotarla de su tercera y definitiva  virtud: la seguridad. Definitivamente, la chapa parecía haber encontrado  su sitio. Una quimera más para el olvido. Otra equivocación.
                             
Pero la realidad, a veces, encuentra  caminos terribles para hacerse oír. Hoy, Japón nos obliga a reflexionar  y, quizá, a rebuscar en la caja olvidada. Desde allí, Neruda  revela: «Ay la mentira que vivimos fue el pan nuestro de cada día.  Señores del siglo veintiuno, es necesario que se sepa lo que nosotros no  supimos…»
 
