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viernes, 7 de enero de 2011

DOSCIENTOS CINCUENTA KM POR HORA



Celebrábamos la noche vieja. Como cada año, nos reuníamos en casa de Roger, una villa indiana de Camprodón que había heredado de sus padres. Un enorme jardín rodeado de secuoyas nos permitía seguir la fiesta hasta altas hora de la madrugada sin molestar a nadie.
Después de una impresionante barbacoa regada con vinos de medio mundo, venía lo mejor de todo, una sobremesa en la que el cava, el whisky y cataratas de café, servían para refrescar nuestra memoria y recordar cientos de chistes y anécdotas entre risas y carcajadas mientras la música sonaba a todo volumen y los más lanzados cantaban a voz en grito hasta quedar totalmente afónicos.
En años anteriores, nos quedábamos a pernoctar en la casona, pero aquel año, las obras de restauración nos impedían el acceso a la planta superior, por lo que decidimos regresar a Barcelona.
En algún momento, a alguien se le ocurrió, encontrarnos en un bar matutino de La Villa Olímpica, y que el último pagaría la ronda, el desafío fue aceptado por unanimidad.
El reloj marcaba la cinco de la madrugada y la noche era oscura como boca de lobo, otro aliciente más para llegar el primero. Confiado en la potencia de mi nuevo Buga, salí en último lugar no sin antes dar buena cuenta de la última botella que había quedado olvidada sobre la mesa.
El rugido del motor me sonó a música celestial, aceleré a fondo, y a los pocos minutos ya iba el segundo de la caravana. Pasado Ripoll, la autovía se abría ante nosotros como un reto desafiante, enfilé la calzada pegado al culo de Roger, que hacía lo imposible por impedir que lo adelantara mientras yo intentaba sobrepasarlo por la derecha, miré de soslayo el velocímetro, marcaba 250 Km /h. De repente, el BMW hizo un trompo, se me cruzó a pocos metros del morro, di un volantazo y con el coche sobre dos ruedas, logre evitar la colisión por pocos centímetros, cuando las cuatro ruedas cayeron sobre el asfalto, vi por el retrovisor el coche de mi amigo dar varias vueltas de campana y estallar en llamas como una bomba. Intenté frenar, pero el pedal se me fue contra la chapa mientras el Audi continuaba su loca carrera, el cambio se había bloqueado y tampoco podía reducir, solté el acelerador, pero de ninguna manera conseguí reducir la velocidad. 
He perdido la noción del tiempo, el vehículo continua su loca carrera sin obedecerme, la radio no funciona, el GPS marca posiciones inauditas y el reloj se ha quedado bloqueado en el instante del accidente. En medio de la noche infinita, tan solo puedo mirar el dial del velocímetro que tras el cristal destrozado marca imperturbable... ¡250KM/h!.