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jueves, 23 de julio de 2009

Verano azul




Querríamos creer, pero nos faltan motivos. Querríamos creer que, tras la huella de Aznar, podía existir un Partido Popular que en vez de rugir se dedicara a pensar. La socialdemocracia no siempre va a ser una panacea. Los pactos con ciclistas, nacionalistas y prohibicionistas de toda ralea dejan al votante tradicional embarrado en la duda. De ahí que, de vez en cuando, cuando la política de los propios deja al votante insomne, entonces se quiera creer que Rajoy no es lo mismo que aquella panda de monaguillos de Rouco Varela. Se quiere creer que el centro es posible, aunque solo sea para que los socialistas puedan volver a ser socialistas con la cara bien alta. Pero no hay manera. Por más buenazo que parezca Rajoy, alguien engordó a la bestia de sus militantes y sus periodistas durante muchos años y ahora no van a dejarle ser como quisiera ser. Rajoy está secuestrado en un zulo de lujo, cubierto de cortinajes de donde asoman sin recato todos los puñales de la España de la muerte. Así le fue a Adolfo Suárez en su día, así le va a ir ahora a Rajoy. Esta derecha no entiende de pensamiento, sino de reacciones primarias. No han venido a este mundo a permitir que lo pasemos bien. Lo suyo no es una aportación, sino una permanente negación del propio y por supuesto del contrario.
En lo que llevamos de verano, el Partido Popular navega. De vez en cuando censuran a Zapatero, a quien lo de la crisis pilló desprevenido. Pero lo cierto es que el PP no ofrece nada a cambio. La bronca hace ruido, pero da pocas nueces. Azuzados por sus evangelistas impresos y radiofónicos, el PP ha estrenado el mes de julio en la más absoluta de las indecisiones respecto al caso Gürtel. Pocos meses atrás se había destapado un insólito espionaje entre correligionarios, que también pasó desapercibido por la dirección. La coña de los trajes y de los bolsos a los altos dirigentes del PP valenciano ha demostrado que todo eso es una anécdota insignificante. Aquella boda de la nena de Aznar en El Escorial está siendo un inestimable archivo fotográfico de los amiguetes del alma. Un tesorero de un partido al que se le atribuyen dotes de chantajista solo merece por parte de Rajoy la respuesta de que a él no lo chantajea nadie. Contra la sospecha, chulería. Es un estilo, ciertamente.
El mismo estilo que se ha visto ante el nuevo modelo de financiación. Todos cobrando, pero de paso insultando a sus promotores. «Un catalán vale más que dos madrileños», dicen los de Esperanza. «Todo es valencianofobia», exclaman los de Camps. Hace unos años se decretó el boicot al cava. Lo hizo el partido que dice defender a los empresarios, pero en el bien entendido de que, cuando el producto es catalán, entonces hay empresarios que no merecen un lugar en el sol. Hoy el tono guerracivilista continúa siendo el mismo.
Y qué no decir de la iniciativa de meter a los niños en la cárcel. ¿Acaso pequeños violadores y asesinos van a encontrar en la cárcel la posibilidad de reeducarse y reinsertarse? Ni siquiera en esta cuestión tan dolorosa el PP se dispone a pensar. La culpa, claro está, es de Zapatero, entrenador de violadores que no entiende que la justicia ha de ser siempre el castigo, jamás la reflexión.
Pero para rematar este mes de julio, nada mejor que la visita de Moratinos a Gibraltar. Eso sí son palabras mayores. Traición, humillación, afrenta, deshonor son algunas de las lindezas que se han vertido. Nada nuevo bajo el sol de la derecha más dura. Los símbolos, por encima de las personas. El verano está siendo hoy más azul que nunca.

miércoles, 8 de julio de 2009

LA GRIPE ANTISOCIAL

La gripe antisocial

 Foto: TOÑO VEGA
Foto: TOÑO VEGA
JOAN BARRIL

Todo placer comporta un sufrimiento. Después del amor todos los animales están tristes. Después de la verbena llega la melancolía. Existe un mecanismo de autodefensa ante la euforia excesiva. Y para neutralizar los excesos no hay nada más eficaz que la exaltación del arrepentimiento. Los administradores del arrepentimiento han sido siempre las religiones. Y cuando la religión de lo sobrenatural ha caído en desuso, han llegado los religiosos de la razón para conseguir los mismos resultados.
Los administradores del arrepentimiento son hoy los burócratas de los hábitos de salud. En un afán de convertir nuestros cuerpos golosos y ávidos en cuerpos angélicos, los expertos en salud pública y los nuevos chamanes de la vida alternativa han reescrito los 10 mandamientos y nos advierten en todo momento de lo mal que estamos haciendo las cosas. Antes a ese mal se le llamaba pecado. Ahora el fundamentalismo salutífero ha inventado pecados nuevos y extrañas tablas cuyos límites no pueden sobrepasarse. Cualquier análisis dispone de las llamadas «líneas rojas» bajo las cuales todo se mantiene en el orden celular establecido. Pero ay de ustedes si las sobrepasan, porque entonces es que ustedes están caminando implacablemente hacia la autodestrucción.
Los malos hábitos se contraen por la boca. El hombre, ese prodigioso animal omnívoro, ha dejado de ser un templo blindado por vacunas y hoy se nos ofrece como una institución agrietada y vulnerable. Hasta la publicidad insiste en la importancia de comer «sano», como si hubiera alguien que voluntariamente prefiriera alimentarse de ponzoñas y detritus, de pescados venenosos o carnes putrefactas. El omnívoro está mal visto. Y lo está porque la nueva religión de las largas vidas considera que todo lo que nos rodea es un peligro y que la nevera, ese antiguo tabernáculo de la abundancia, es en realidad un arsenal de armas de envenenamiento individual.
Pero vayamos un poco más lejos de las neveras. El aire y el agua se muestran hoy como verdaderas colonias de infusorios y de enfermedades microscópicas. ¡Qué no decir del vino, ese líquido que ha presidido todas las mesas desde los antiguos griegos hasta hoy y que constituye uno de los objetivos preferidos de nuestros políticos! En la cima de todos los peligros se encuentra el tabaco, naturalmente. Y el azúcar. Y la sal. Y las grasas, que antes eran sinónimo de reserva y que hoy son la amenaza mayor para las arterias.
Y, de vez en cuando, llega una enfermedad de verdad. Una enfermedad de etiología desconocida que siempre ha de llegar acompañada de un pequeño placer. Así fue el sida, que significó en su día el fin de la libertad sexual de toda una generación. Y ahora nos ha llegado la gripe nueva, una enfermedad que no llega por el contacto directo con pollos, gallinas y otras aves de corral, como lo fue la gripe aviar. La nueva gripe es el flagelo que intenta romper la cohesión social. Porque la nueva gripe se está cebando en grupos de gente feliz: estudiantes que se fueron al Caribe, jóvenes que regresaron de colonias. La nueva gripe corresponde al pecado de las afinidades electivas. Me da pavor que esa gripe nos lleve al aislamiento y al temor del otro. Porque si alguna esperanza le quedaba al mundo, era el debate común y la duda compartida. Pero esa nueva gripe hace que el aliento del amigos se convierta en nuestro enemigo. Y ahí está el poder, en sus palacios presurizados, esperando que la sociedad se funda en triste y estéril individualidad.

martes, 7 de julio de 2009

EL ESPIA EXHIBICIONISTA

El espía exhibicionista


JOAN BARRIL

El gran mérito que pueden esgrimir los espías para ser contratados por la competencia es que nadie sepa que son espías. De ahí que jamás podrán ser contratados por la competencia, porque de saberse que son espías demostrarían su falta de profesionalidad. En otras palabras: que el mejor de los servicios secretos es el que hace servicios pero sin desvelar jamás su secreto.
No parece que haya sido este el caso de Alberto Saiz, quien durante algunos años se encargó de dirigir los servicios secretos españoles. El currículo de Saiz no es para enorgullecerse. Ya no se trata de haber usado su cargo para pequeños trapicheos privados, que eso está al alcance de cualquiera. Lo grave es que el jefe de los espías no contemplara la posibilidad de ser espiado. Pero mucho más grave es que Alberto Saiz dijera que dudaba de la lealtad de 60 de sus agentes y que, a pesar de esa denuncia, solo se haya actuado contra él. Sesenta espías desleales no dicen mucho a favor de un organismo que nos ha de defender de todos los males. La sustitución de Saiz por un militar tampoco dice mucho a favor de los civiles. Se da por supuesto que los militares son incorruptibles mientras que los civiles caen en todas las tentaciones. Eso no lo arregla ni James Bond.
Pero no hace falta acudir a los servicios secretos británicos para convenir que el mundo de los agentes secretos ha perdido su magia. Hace unos años Bush no dudó en hacer pública la identidad de una pareja de espías norteamericanos solo para vengarse de las críticas que uno de los esposos había proferido contra el presidente. Hoy, al frente del MI6 británico se encuentra el señor John Sawers, de quien su esposa ha colgado en el Facebook toda su vida, la de sus hijos, el color de las alfombras de la casa de estar y los lugares de veraneo. Con informaciones así, ¿qué trabajo van a tener los espías enemigos? Los espías ya no surgen del frío, sino de la vanidad y de la codicia. Al menos, James Bond caía en tentaciones más humanas y, mientras retozaba con la chica de turno, le admirábamos. Hoy esa admiración se ha convertido en risa.

viernes, 3 de julio de 2009

MO ES MI PROBLEMA

¿No es mi problema?


JOAN BARRIL

Una carta aparecida esta semana en este periódico nos introducía en el mundo kafkiano de la dejación del servicio público. Según el lector, se presentó en una estación de Renfe y pidió un billete de cercanías. Al llegar a la máquina canceladora que da acceso a los andenes, la máquina no le admitió el billete. Regresó a la señorita de la taquilla y ella le respondió: «Ese no es mi problema».
No es una respuesta extraña. En la organización social del trabajo, los estrategas de métodos, tiempos y otros eufemismos para convertir el trabajo en una ciencia exacta se han dejado llevar por un único concepto: el de la rentabilidad a ultranza de la llamada fuerza de trabajo.
Un amigo me contaba que, a la hora de contratar a su asistenta, esta le dijo que tenía dos tarifas. A saber: «Con pensar o sin pensar». La iniciativa se trata de un valor que promueve la eficiencia de las organizaciones humanas y que hace una selección automática entre los vagos y los creativos.
Porque tras la frase: «No es mi problema» se esconde toda la perversión de un sistema laboral caduco e insolidario. En el trabajo que significa atender al público no se puede mantener una actitud basada en despejar los problemas que no atañen al trabajador. En el fondo del alma laboral esa negativa a considerar el problema de la organización de la que forma parte como un problema ajeno suele ser el resultado de una política salarial diseñada bajo mínimos. En vez de potenciar la sinergia de los empleados, lo que los expertos denominan en feliz neologismo empowerment, es decir, la facultad de una empresa de hacer que sus trabajadores adopten medidas imaginativas y eficaces que les haga sentirse dueños de su propio trabajo sin tener que depender de las decisiones de las grandes cúpulas de dirección.
Para ello la empresa debe demostrar su confianza y asumir algún riesgo y, ¿por qué no?, una valoración salarial superior para los que consideran que un problema que afecta a la empresa es realmente su problema. Lo dicho: «Con pensar o sin pensar».
Cabe preguntarse que nos está pasando para que las llamadas ciencias de la motivación hayan fracasado tan estrepitosamente en España. Los neoliberales lo tienen claro: «Acaben ustedes con el Estado del bienestar, reformen las relaciones laborales y supriman de una vez la lacra del paro subvencionado. Déjenos despedir libremente y ya verán como la gente se espabila». Cada vez que un trabajador dice a un usuario que el problema del usuario no es su problema se está echando más leña al fuego de los enemigos de unas relaciones laborales justas. Lo mismo puede decirse a los defraudadores del sistema de salud, esos jóvenes trabajadores especializados en pedir la baja los lunes mientras los trabajadores veteranos aguantan sus resfriados a pie de tajo.
Tal vez los sindicatos deberían desarrollar una didáctica sobre sus afiliados. Los abusos de unos cuantos al final los acabamos pagando entre todos. Se puede –y se debe– protestar cuando se intuye que los ERE no responden a la crisis, sino a una recapitalización encubierta de la empresa que los promueve. Entonces sí que el problema es nuestro problema. Mientras tanto, hay motivos para reflexionar si un trabajador experto y hábil es necesariamente un buen trabajador. La calidad del trabajo no está en las manos, sino en la mirada. Cuando se menosprecia al usuario o al compañero, algo se quiebra en el alma. Las virtudes son de algunos, pero los problemas son de todos.

miércoles, 1 de julio de 2009

LA FEALDAD GOLPISTA

La fealdad del golpista

TOÑO VEGA
TOÑO VEGA
JOAN BARRIL

Desde el imperio romano, una de las formas clásicas de usurpar el poder ha sido el golpe de Estado. Más recientemente, y en muy contadas ocasiones, el golpe de Estado se ha visto sustituido por una revolución. Pero las revoluciones han caído en desuso, mientras que los golpes continúan estando en el manual a duras penas secreto de cualquier militar que se precie. Pero el golpe de Estado –como los terremotos– tiene distintas gradaciones. En primer lugar, se trata de sacarse de encima al gobernante indeseable y a su camarilla. Se les puede meter apresuradamente en un avión y mandarlos a otro país, adonde llegarán en el bien entendido de que el avión no estalle en pleno vuelo. El siguiente paso consiste en proceder a su liquidación física y a su sustitución por un Gobierno títere. En el grado intermedio del golpe de Estado se procede a la censura de los medios de comunicación y se decreta un bonito toque de queda. Finalmente, si el golpe no triunfa del todo y se detectan síntomas de resistencia, se actúa a la manera clásica, que no es otra que el encarcelamiento de los resistentes y su lenta y ejemplar desaparición.
En Honduras hoy nos encontramos en los estados iniciales del golpe. Zelaya se encuentra en el extranjero y otro presidente no electo ocupa su lugar. Por las calles patrulla el Ejército armado haciendo gala de ese entrañable gesto golpista consistente en poner la mano sobre el objetivo de todas las cámaras y decir que se disuelvan, porque de lo contrario «no responden de nada». El golpista jamás responde de nada. Suele decir que está ahí para defender la libertad, mientras frente a él los manifestantes ofrecen sus cuerpos y sus vidas a favor de la libertad. La libertad, por lo visto, jamás es un valor en sí mismo, sino en función de quien quiere reclamarla. La libertad que inspira al golpista se nutre de muchas prisiones.
Pero es curioso lo que ha sucedido en Honduras. América Latina es un espléndido campo de entrenamiento de golpistas de toda ralea. Incluso el gran Hugo Chávez, ese que se siente indignado por el golpe del Ejército hondureño, protagonizó en su día alguna que otra asonada militar. Pero una cosa es protagonizar un golpe y otra muy distinta que le monten un golpe a sus amigos. Y en esas aparece la Unión Europea, el Rey de España –¿por qué no te callas?– y hasta Obama para recordar que no hay nada más serio que un presidente constitucional como Zelaya, por más primo que se sienta hoy de los bolivarianos.
Esa es la sorpresa de estos días. El Departamento de Estado norteamericano, ese mismo lugar desde el que el premio Nobel de la Paz Henry Kissinger diseñó la operación Cóndor, que acabó con las libertades de los chilenos, los argentinos, los uruguayos, los paraguayos, los brasileños y los bolivianos, se ha convertido en el máximo garante de la legalidad hondureña. ¿Qué está pasando aquí?, deben de estar pensando los militares que han derrocado a Zelaya. ¿Cómo es que nadie nos quiere? ¿Por qué no se aplica la llamada doctrina Estrada, esa muestra de hipocresía internacional que consideraba que un golpe de Estado no era más que un asunto interno del país en el que se producía?
Pues, ya ven. El mundo, cuando ya queda lejos la amenaza soviética, no está por golpes de Estado. Y no lo está por geoestrategia, sino porque los actuales gobernantes consideran que los golpes de Estado no son de buena educación. Vaya, que no hay nada más feo que aquello de «quieto todo el mundo» y «todos al suelo».

viernes, 26 de junio de 2009

CONTRIBUYENTES

Contribuyentes

JOAN BARRIL

Mientras los jóvenes buscan explicaciones y posibilidades para adaptar sus notas de selectividad, algunos de sus padres rezagados están ultimando la declaración de la renta, cuyo plazo acaba este final de mes. Teorema del contribuyente: aquellos que intuyen que van a pagar poco o que incluso van a ver como el Estado les devuelve dinero son los primeros en presentar esos curiosos sobres llenos de comprobantes. Por el contrario: aquellos que temen el mordisco con el que Hacienda se va a quedar con parte de sus ingresos son los que se acercan en estos últimos días a la entidad bancaria con cara de Diógenes durmiendo dentro de su barril.
Existe una poética de la declaración de la renta. Por ejemplo: ¿qué va a ser de esos sobres enormes en los que se conservan las huellas de nuestro paso por el año? Me imagino a miles de funcionarios de la Agencia Tributaria desparramando sobre enormes mesas recibos, facturas y resguardos y analizando si nuestra capacidad de gasto se corresponde con lo que ahí se muestra. Creíamos que solo la gente importante se atrevía a contratar los servicios de un plumilla para que pergeñara sus memorias o su biografía autorizada. Pero ahora sabemos que eso no es cierto y que el principio de equidad que debe marcar a los gobiernos empieza por ese cariño con el que el Ministerio de Hacienda proporciona a cada ciudadano un biógrafo. ¿Cómo si no se puede calificar a ese personaje que sabe el coche que tenemos, los gastos de la tarjeta de crédito, nuestros vicios de pago y nuestra incapacidad de ahorrar? ¿A quién, si no a la Agencia Tributaria, le confiaríamos lo que gastamos en vacaciones, nuestros implantes dentales, los estudios de nuestros hijos o los secretos que se dejan a la puerta de nuestro hogar conyugal?
Solo la Agencia Tributaria puede desmentir que aquel fin de semana en el que se le dijo a la pareja algo de una convención de ventas en Vigo, el contribuyente infiel firmó una mariscada colosal en el puerto de Ciutadella y luego pagó una bonita suite para dos en un hotel con encanto. Y ahí están los papeles como prueba de un cargo deducible de la famosa cuota líquida.
Pero tal vez esa gran nave en la que miles de escrutadores comprueban papel por papel la certeza de nuestra declaración es una pesadilla inexistente. Ese sobre que entregamos al banco no se lo lee nadie. En realidad es solo un objeto para ayudarnos a mantener el orden contable, una prenda que se da al Estado como un acto ritual de sumisión. En eso hemos mejorado, porque en las culturas primitivas al Estado se le apaciguaba entregándole una joven virgen. Pero ahora ya todo está informatizado y el sistema muestra una mayor credibilidad que el recuento manual de las cifras. Imagino un gran hangar donde los sobres de los declarantes se amontonan sin orden ni concierto y un par de máquinas excavadoras van cargando sus palas y lanzan las declaraciones en una enorme pira de la que sale el humo de los sueños. Los vecinos cercanos saben lo que allí sucede, pero mantienen una respetuosa discreción y no hablan de esa hoguera con nadie. Al fin y al cabo, las cenizas de lo que gastamos y lo que cobramos en el 2008 siempre serán tierra sagrada. Porque aquel fue el último año de una abundancia aparente y de ahora en adelante los sobres habrán adelgazado tanto como las esperanzas. En esos días, el dinero privado se convierte en público. Que llegue a buen fin ya es cosa de la política. Que se mantenga la confianza en el sistema ya es cosa de los políticos.

jueves, 25 de junio de 2009

REBELIONES DE ALCOBA

JOAN BARRIL

En la segunda semana de julio está prevista la reunión de los líderes del G-8 en la ciudad italiana de L’Aquila, un lugar que fue afectado por el terremoto del pasado 6 de abril. Un total de 289 personas murieron y 50.000 aquilanos se quedaron sin su vivienda. El primer ministro Silvio Berlusconi, en una de sus peculiares muestras de ingenio, intentó insuflar moral a los perjudicados que se refugiaron en campamentos improvisados, diciendo que lo que les sucedía solo era un cámping de fin de semana.
La incontinencia verbal del mandatario italiano no se ha cebado únicamente en los que habían visto cómo su casa se venía abajo. Son muchas las ocurrencias con las que Berlusconi ha expresado su tácita opinión sobre los negros, las mujeres, los inmigrantes y, naturalmente, sobre sus opositores. Pero no se trata de intentar limitar la enorme autoestima que el personaje genera cada día que se mira al espejo. Al fin y al cabo, incluso cuando las leyes han intentado perseguirle por los millonarios tejemanejes de sus empresas y la colisión de intereses entre lo público y lo privado, Berlusconi lo ha tenido claro. Si el imperio de la ley le perseguía, se cambia la ley y se acabó el problema.
Pero se acerca el G-8, como decíamos, formado por los presidentes o primeros ministros de Canadá, Francia, Italia, Alemania, Japón, Estados Unidos, el Reino Unido y Rusia. Llegarán esos mandatarios con sus esposas y hablarán de la crisis y de cómo salir de ella. Probablemente se harán fotografías y ahí estará el jovial Berlusconi para animar el encuentro con sus muecas y salidas de tono. No en vano jugará en campo propio.
Pero resulta que un conjunto de académicas e intelectuales italianas se han dirigido a las llamadas «primeras damas» de los países asistentes para pedirles que no acudan, ni siquiera como acompañantes, a la reunión del G-8. ¿El motivo? Poner en evidencia a Berlusconi en el trato público y privado hacia la mujer. Sin duda, lo que han hecho esas dignísimas señoras es traspasar el problema a los hogares de los asistentes. De entrada, las mujeres llamadas a la rebelión son solo 6, en tanto que Angela Merkel acude como cancillera del Gobierno alemán y que la esposa del propio Berlusconi se encuentra en trámites de divorcio con su promiscuo marido.
Cabe imaginarse en estos momentos el debate de alcoba que están manteniendo Gordon Brown y su mujer o lo que se deben estar diciendo Sarkozy y Carla Bruni, italiana al fin y al cabo y con un pasado libérrimo. Michelle Obama no se prodiga en este tipo de fastos, pero podría acudir a la cita de Berlusconi solo para preguntarle su opinión sobre las mujeres «bronceadas».
Una famosa jota de zarzuela dice: «Si las mujeres mandasen, serían balsas de aceite los pueblos y las naciones». La condición femenina no garantiza necesariamente la paz ni la armonía una vez en el poder, pero al menos ayuda a equilibrar el respeto mutuo entre las personas. Esas vísperas del G-8 podrían ser leídas desde la perspectiva del comediógrafo ateniense Aristófanes, quien en su famosa obra Lisístrata dice que las mujeres de los gobernantes, deseosas de la paz con Esparta, amenazan a sus maridos con no mantener relaciones conyugales con ellos hasta que la paz se firme.
Esas primeras damas tienen ahora la oportunidad de salir del florero y avergonzar con su ausencia a ese autócrata trasnochado. Ejercer de primera dama no es estar, sino también demostrar.

martes, 23 de junio de 2009

EL MAL VANALIZADO




JOAN BARRIL

Una banda de asesinos te mata al marido y lo mejor que puede hacer la viuda es sufrir en silencio. Si alguien ha de hablar, que sea cualquiera menos la viuda. Así ha opinado la dirección del PNV ante las honras fúnebres del inspector Puelles. También en la India, y hasta hace muy poco –el último caso tuvo lugar en el 2006–, un tenebroso ritual llamado sati llevaba a las viudas a ser incineradas vivas en la pira en la que se consumían los restos de su esposo. Cabe imaginarse a la esposa del inspector Puelles, con quien ha dormido y ha desayunado, recibiendo la noticia de la cruel muerte de su marido. ¿Qué le queda a esa viuda sino la palabra?
Pero para algunos es mejor que las viudas no hablen, y menos en público, y mucho menos con un micrófono, porque la palabra de viuda, por lo visto, puede exacerbar los ánimos de la población. En otras palabras: que la palabra de una viuda es mucho más ofensiva que la bomba. Será que la bomba no provoca indignación ni dolor. Será que en la lógica de algunos políticos perplejos, el Mal no está en quien mata, sino en aquellos que no se resignan a enmudecer junto a las llamas que acabaron con el marido.
En todas las culturas se sabe lo que es el Bien, la solidaridad, el respeto, la abnegación y la ayuda mutua. De la misma manera, creíamos saber lo que era el Mal. Dábamos por supuesto que el Mal forma parte de la humanidad entera, pero que el Mal avergüenza a los que lo practican. Por lo visto no es así. En los últimos dos días hemos visto cómo la mala fe y el desprecio por los ciudadanos entraba en una extraña balanza. Más allá de los habituales e incomprensibles gestos con los que el entorno de ETA acostumbra a mirar hacia otro lado cada vez que hay muertos de por medio, lo cierto es que el Mal se ha banalizado.
Bombardeos arbitrarios, presos sin cargos, malos tratos cuyas víctimas alienadas interpretan como actos de amor. Todo eso forma parte de la gran tragedia humana. Pero ya no se saben las fronteras entre el delito y la travesura. De ahí que en estos dos días hayamos visto cosas inauditas como, por ejemplo, que un ladrón como el Dioni haya conmemorado en una fiesta pública el 20° aniversario de su gran golpe con una tarta que representaba el furgón de caudales de donde se había llevado el dinero. Y hablando de dinero: ¿dónde tiene usted su fortuna, Dioni? Y el héroe respondió: «¡No se lo dije a la Guardia Civil y ahora te lo voy a decir a ti!».

jueves, 11 de junio de 2009

BIBLIOFOBOS

JOAN BARRIL

Por lo visto, ese sabio del mamporro llamado Arnold Schwarzenegger, gobernador electo del estado de California por el partido republicano, ha decidido que los libros desaparezcan de las escuelas. Schwarzenegger fundamenta su decisión en el presupuesto: lo de los libros es caro y, además, dice, con el soporte digital por internet los alumnos californianos conseguirán una mejor formación.
Lejos de esta humilde pluma poner en duda las innumerables ventajas de los sistemas digitales. Unas ventajas que incluso llegan a multiplicar el error. La información no es lo mismo que el conocimiento. La información es la capacidad de aprender muchos datos en poco tiempo. El conocimiento consiste en hacer pasar esa información por el cedazo de nuestra experiencia, de la socialización, del debate y de la duda mutua.
La latría debida a la tecnología nos está desviando de ese tipo de aprendizajes. Tener acceso a demasiadas cosas a veces comporta la incapacidad de comprenderlas.
Pero esa es la tendencia. No solo Schwarzenegger, sino también Rodríguez Zapatero prometió que todos los alumnos españoles contarían con un ordenador portátil en breve.
Afortunadamente para nosotros, lo que suele prometer Zapatero no se acaba de cumplir jamás. De tal manera que, probablemente, los libros tradicionales continuarán siendo una bonita herramienta de la transmisión del saber, de la historia y de la belleza.
Sin embargo, ahí está una curiosa obsesión: la sustitución del libro por la pantalla. La tecnología es tan invasiva que solo acepta relaciones de sustitución. Quítate tú que me pongo yo. En las ciudades comparten espacio bicicletas y autobuses. La tierra fructifica con la azada o con el tractor. Pero el uso del e-mail ha desplazado al número de teléfono. Y ahora se entiende el ordenador portátil no como un complemento del libro, sino como su definitivo enterrador.
Hace muchos años, un grupo llamado The Buggles cantó aquello de Video kills the radio star, o sea, que el vídeo debía asesinar a la estrella de la radio. Se acabaron los vídeos y los vídeo clubs, pero las estrellas de la radio continúan en nuevos firmamentos. Cuidado, pues, con las tecnologías de sustitución que no prevean el armisticio con los soportes de toda la vida.
Son tan obvios los méritos del libro, que no hace falta recordarlos. Pero el libro es irrompible. El libro es el mismo libro para todos. El libro no comporta más fascinación que su contenido. El libro tiene un autor conocido y una editorial que da la cara. El libro no es anónimo. El libro se reedita. El libro se presta, se subraya, se conserva y se consulta sin necesidad de fluido eléctrico.
Solo es un libro, es cierto. Pero a los adalides de la tecnología supuestamente formativa habríamos de preguntarles cuál ha sido el pecado del libro para que ahora se le quiera apartar de las aulas.
Una de las características de todas las religiones universales consiste en su voluntad de asimilación en nombre de la verdad y de marginar a los idólatras del error. Así ha sido en la cristiandad o el islam. Hoy, la verdad, no es otra cosa que la religión de una tecnología tan potente como frágil.
La falsedad de una pantalla se multiplica en pocos segundos de forma acrítica por todo el mundo. La verdad libresca, en cambio, exige al menos otro libro para rebatirla. Con la pantalla, sabemos. Con el libro, aprendemos a saber.