Cogidos de la mano, con pasos errabundos
y lentos, emprendieron por los
campos del Paraíso su camino solitario.
John Milton, Paraíso Perdido, Libro XII
Día y noche golpeaba el pie de tu sonrisa.
Pero tú no me oías. Te llamé con abejas...
y nada. Con gorriones... tampoco. Con caballos...
y tu pecho seguía cerrado.
Hasta que un día,
cuando todo era inútil y la cosa parecía perdida,
se me ocurrió llamarte a ti contigo misma.
Y por medio de ti llegar a ti. Y di en el clavo.
Fue leve, como un zarpazo de violeta,
como un puñetazo de abanico. Pero sonó la aldaba,
rechinaste... y te fui abriendo toda,
como una puerta, y penetré en tu nombre.
Por eso, y desde entonces:
Para el día y la noche.
Para los dolorosos y quebrantados ojos
que dejaste perdidos. Para todos los días
y todas las noches de la vida. Para que el mar y el fuego
te coronen y tejan para ti una guirnalda.
Para que el viento venga. Para que el vino venga
y te diga: "¡Levántate y anda!
Corta un racimo de uvas, y sígueme".
Para que pidas todo lo que te dé la gana:
El laurel,
el espejo,
la guitarra.
El lirio
blanco como una niña después de un accidente.
El árbol,
la pianola,
el reloj,
la naranja.
El paisaje que espera en el fondo del vaso
dar de beber al ojo lo que no bebió el labio.
El frutero en donde cabe todo el verano,
y el sofá dentro de una pecera con violines.
La fuente donde el líquen sueña sus catedrales.
El clavel que en el tallo se enciende como un fósforo
y el pájaro que sueña atornillado a un trino.
En fin para que todas las cosas de la tierra.
Para que todas las cosas trémulas y hermosas de la tierra
descansen en el hueco
de cada una de esas manos tuyas que yo amo
y en doble arroyo lleguen hasta tu boca pura:
te levanté una rosa lo más alto que pude.
Te he construido una casa sitiada por la espuma.
Pon el oído en esa rosa, y oye lo que su olor te dice.
Húndete en esta casa que te hice, y habítala.
Y bébete esta copa de agua con golondrinas.
Carlos Martinez
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